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Llorenç Riera

Ciudadanos de Palma sin excepciones

Un ayuntamiento que se precie debe serlo en sentido pleno y como tal atender o canalizar las necesidades administrativas y de gestión de servicios de quienes permanecen de forma estable en su demarcación. Los papeles o el mero trámite burocrático deben ser una ayuda en vez de una traba para cumplir la función municipal. Cuando los documentos se vuelven imposibles habrá que buscar por tanto una alternativa para suplirlos.

La carencia de título de propiedad o contrato de alquiler de una vivienda suelen ser un obstáculo insalvable para empadronarse en condiciones legales. Entonces, la salida es vivir de prestado, como okupa, en una chabola o al raso de la calle. Pero quienes se ven abocados a esta situación también son ciudadanos, aunque no reconocidos, de la ciudad. Se calcula que en Palma hay 1.200 personas en estas condiciones, de las cuales 363 permanecen en la vía pública. Ahora el Ayuntamiento decide empadronarlas. Lo hará a partir del mes de enero. Su domicilio oficial pasará a ser las oficinas de Población de la plaza de Santa Eulàlia o el departamento de Servicios Sociales de la calle Gabriel Alomar i Villalonga. La medida creará controversia sin duda porque la ciudad acomodada y distraída no acostumbra a mirar al suelo ni el desahucio de la realidad. Prefiere el agobio y la aglomeración productiva del turismo que ni siquiera repara, o esconde, al okupa o al marginado. Tampoco conviene frivolizar sobre el asunto. El alcalde Hila dice que no se puede seguir actuando igual que si estas personas no existieran y que se trata de una cuestión de derechos humanos. Elemental. Un buen alcalde también debe serlo de los sin papeles, pero necesita disponer a la par del tino suficiente para neutralizar el efecto llamada, porque no le corresponde a él la exclusiva de amparo a quienes son desatendidos por la sociedad, otras administraciones o geografías próximas. El empadronamiento de toda persona que viva en Palma bajo cualquier condición abre acceso a la tarjeta sanitaria y a los servicios sociales municipales. También a la posibilidad de tributar, se supone. El altruismo y la beneficencia deben quedar aliviados con ello, aunque el trabajo de campo, una vez abierto el empadronamiento, queda en manos de Metges del Món.

Los palmesanos de la calle y la chabola quedarán empadronados en los distritos del centro, los del ciudadano clásico y se presume que más pudiente y de costumbre establecida. Será puro contraste de la realidad y, atención, una posibilidad de movimiento electoral. Puede gustar o no, pero es lo que hay. La primera condición para poder modificar y mejorar las cosas es conocerlas y admitirlas desde su justa dimensión.

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