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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Trump y la democracia

La victoria de Trump ha avivado el debate sobre la capacidad de la democracia para enfrentarse a sus propios demonios. Se le ha llegado a calificar como fascista y un peligro para la democracia (Antonio Lucas: "lo del populismo es un rodeo perverso para no decir fascismo o comunismo de Koljós. O mediocridad o saldo ideológico). De tal manera que ya hay pensadores que plantean una reforma de los mecanismos democráticos que impidan la eclosión de una amenaza como la que supone el nuevo presidente de EE.UU. Pero Trump no es un fascista. Es un populista atrabiliario que cabalga sobre la crisis del paradigma liberal salido del hundimiento de la Unión Soviética y de la división del mundo en zonas de influencia de las potencias surgidas de la II Guerra Mundial. Lo que está en cuestión son las bondades de la globalización, el libre intercambio económico, la corrientes inmigratorias, convertidas en las nuevas tablas de la ley de la corrección política, sustentada en un lenguaje alejado de la realidad vivida por sus víctimas: las clases trabajadoras y medias de los países desarrollados de Europa y EE.UU. El populismo es consustancial con la democracia y a veces triunfa. Había populismo en la Grecia de Pericles y en la República de Roma. Las promesas de Rajoy en 2011 eran populismo. Populismo es ofrecer soluciones simples a problemas complejos, en suma, demagogia, capaz de atraer el voto de los ciudadanos. El fascismo es otra cosa. Es la ideología que coloca al Estado totalitario por encima del individuo, una simple excrecencia orgánica de la nación. Aunque el totalitarismo tiene a menudo rasgos populistas no son éstos los que lo definen, sino el nacionalismo o la utopía; como el nacionalismo que emplearon Hitler y Stalin: el lebensraum de la nación alemana y la madre Rusia ante el avance de la Wehrmacht. El totalitarismo no necesita del voto libre de los ciudadanos, lo proscribe.

Pero en lo que algunos de los que cuestionan el propio sistema político estadounidense por la victoria de Trump no caen (Fernández-Armesto), es que ya Popper, en La sociedad abierta y sus enemigos, afirmaba que lo que caracteriza a una democracia no es precisamente la seguridad de elegir buenos gobiernos (la teoría de la soberanía), sino la capacidad de desalojar a los malos sin necesidad de recurrir a la violencia, que es lo que sucede cuando de lo que se trata es de desalojar a las tiranías. El sistema político americano no reside en la elección de un presidente ejecutivo, sino en un complejo sistema de división de poderes que incluye al Senado y al Congreso de Representantes, renovados parcialmente en cada elección, y en una libertad de prensa sin igual en el mundo, que ha demostrado ampliamente su efectividad. Apuntar que la solución para evitar los asaltos populistas sea la intermediación partidaria que se realiza en la Europa continental, es tanto como pretender proteger a la democracia contra sí misma (contra la paradoja democrática: la mayoría elige a un tirano) convirtiéndola en una oligarquía partidaria, como ha pasado en España, Grecia, Italia, y buena parte del resto de Europa. La democracia americana no está en peligro, sobrevivirá a Trump. Lo cual no empece para que este millonario, con el aislamiento político que preconiza, su desentendimiento de la seguridad europea y mundial, su proteccionismo, y su ruptura de los acuerdos internacionales de intercambio económico, contribuya decisivamente a trastocar el orden mundial vigente. Y lo que se avecina, si se refuerzan los populismos presentes ya en Francia y Alemania, es un nuevo desorden mundial caracterizado por la falta de acuerdos entre países enrocados en el nacionalismo, y en la exclusiva defensa de sus intereses económicos. Algo así como los países europeos en el siglo XIX pero sin sus imperios coloniales. Sabemos cómo acabó esta concepción del mundo: en la I Guerra Mundial y su continuación en la II Guerra Mundial.

En Francia Dardot y Laval mantienen que la austeridad le ha preparado el camino a la extrema derecha, la cual ha dirigido la cólera contra los inmigrantes y el sistema. Proponen para la izquierda la tarea de enfrentarse al neoliberalismo como única forma de vida. Enfocándolo de otra manera, pero con la misma perspectiva, el filósofo esloveno Zizek, compatriota de Melania Trump, comunista heterodoxo, escribía una semana antes de las elecciones americanas en El Mundo: "Aunque la batalla parece perdida para Trump, su victoria habría creado una situación políticamente nueva con posibilidades de una izquierda más radical. O, para citar a Mao de nuevo: 'hay desorden bajo el cielo, por lo que la situación es excelente' ". Después de las elecciones, el día 11 de noviembre, escribía en La Izquierda Diario: "Sí, hay un peligro en la victoria de Trump, pero la izquierda se movilizará sólo a través de este tipo de amenaza de catástrofe". Citaba, a mi juicio de forma tendenciosa, a Hölderlin: "Sólo donde hay peligro la fuerza salvadora también emerge". Digo que de forma tendenciosa porque fue el propio Hölderlin, que junto a sus amigos Schelling y Hegel se entusiasmó con los aires de libertad que llegaban a Alemania procedentes de la Francia revolucionaria, el que, tras desencadenarse el Terror, escribió en su Hiperion "Siempre que el hombre ha querido hacer del Estado su cielo, lo ha convertido en un infierno."

Lo que para mí hay, tanto en el caso de Dardot y Laval y Zizek como en el caso de Podemos en España, aprovechando las consecuencias indeseadas de la globalización, es una posición común de la izquierda autoritaria en contra de la democracia liberal, identificada con el neoliberalismo del capital multinacional. Es obvio que desde una posición democrática y liberal era indefendible la eternización de la división del mundo entre países desarrollados y países en desarrollo, los unos exportando manufacturas, los otros materias primas, los primeros con alto nivel de vida, los otros depauperados. Pero quienes debían liderar el proceso de globalización eran los gobiernos democráticos estableciendo el libre comercio, que es lo que da prosperidad, con países con libertades públicas y así ir equilibrando el mundo. Quienes lo han hecho han sido gobiernos al servicio de los intereses del capital que deslocalizaba sus industrias para colocarlas en países sin libertades y con mano de obra barata o esclava, en perjuicio de sus propios ciudadanos. El resultado es el que estamos viviendo. Pero la responsabilidad no es de la democracia liberal sino de los gobiernos que han priorizado los intereses de sus capitalistas al diseño de un mundo más equilibrado. La izquierda autoritaria y la populista de Podemos coinciden en aprovechar una política equivocada para cuestionar a la propia democracia. La teoría de Zizek coincide con la práctica de Podemos, se resume en la frase "cuanto peor, mejor". Es lo que hicieron en marzo. Votaron con el PP en contra de un gobierno del PSOE. El objetivo era destrozar al PSOE. Con Rajoy en el gobierno y con el PSOE destrozado emergía la fuerza salvadora, Podemos.

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