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Trump con Farage

La fotografía del presidente norteamericano electo a las puertas doradas de su 'penthouse' en la Tump Tower con Nigel Farage, el líder mentiroso y borracho del brexit, riéndose ambos con ese desparpajo que proporciona la camaradería de las juergas nocturnas, resume a las claras la tragedia originada por la hasta hace poco inimaginable victoria del populista Trump. El excéntrico Farage, cumplimentado en USA antes que los líderes institucionales de la Unión Europea, representa la Europa que Trump querría al otro lado del Atlántico. La que impulsan los populismos emergentes, que el año que viene podrían cobrarse la gran pieza: Francia está a punto de caer en manos de Marine Le Pen, cuyo padre y fundador del Frente Nacional todavía niega el Holocausto.

La complicidad alegre y confiada de Trump con Farage, quien ha alardeado de haber convencido a los británicos de romper con la Unión Europea utilizando argumentos mendaces, confirma los peores temores de que este multimillonario patán misógino, machista, racista y xenófobo que ocupará la Casa Blanca es exactamente lo que parece. Quienes pensaron que utilizó una máscara para ganar las elecciones y que ahora reaparecerá cargado de sutileza y mucho más atento a los grandes principios que su país ha exportado hasta hoy, deben perder toda esperanza. Y Farage acierta en su preocupante dictamen: "Está claro que la victoria de Trump es una piedra adicional en la construcción de un nuevo mundo, destinado a sustituir el viejo". Y ese nuevo mundo es cualquier cosa menos democrático.

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