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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

La derrota de las mujeres

Era de justicia que ganara Hillary Clinton tras la humillación de verse obligada a competir con un tipo como Donald Trump. Ni eso concede la historia...

Era de justicia que ganara Hillary Clinton tras la humillación de verse obligada a competir con un tipo como Donald Trump. Ni eso concede la historia a las mujeres, ni la posibilidad de medirse como iguales con hombres extraordinarios. Que además haya perdido pese a ser considerada por analistas políticos de todo signo como la candidata más preparada de la historia de los Estados Unidos, habla de que el sistema sufre una grave enfermedad autoinmune. Su síntoma más alarmante es el desprecio por el talento en general, y del talento femenino muy en particular. Si algo ha definido el discurso del virtual líder de la primera potencia mundial ha sido el machismo y el racismo. Pese a ello, se ha llevado el voto de las mujeres y de los latinos, insultados de las formas más groseras que imaginarse pueda, pero encantados de colaborar en la construcción del famoso muro con México que les garantice la supervivencia en el paraíso. Los enemigos y las enemigas de la corrección política se disparan en los pies, con el aplauso de la Asociación Nacional del Rifle. Quienes proponen el bipartidismo como receta infalible para evitar que el auge de los populismos ponga en riesgo la propia democracia deberán explicar cómo los republicanos han permitido que un impresentable les represente a ellos y desde ayer a todos los norteamericanos. Dicen que la mayoría conservadora en las instituciones de la Unión sumará fuerzas con los demócratas para controlar al encumbrado millonario. Dudo de la eficacia de semejante corsé para quien ha demostrado que el auténtico poder es el poder del dinero. El vendedor de crecepelo que presume de no pagar impuestos ahora luce la estrella de sheriff en el pecho. Trump hará y dirá cosas sin perdón, y esta vez Clint Eastwood no estará allí para pararle los pies sino para jalearle.

Hillary Clinton cae mal. Es una política segura de sí misma, hábil, implacable en sus decisiones, calculadora en su vida privada, con una formación exquisita, con experiencia probada. Todas estas características consideradas como factores positivos en el liderazgo masculino van en contra de una mujer. Por eso perdió en su momento contra el carismático Barack Obama, que siendo como es un tipo listo no dudó en repescarla como secretaria de Estado. Las electoras no transigen con que Clinton forme parte de la élite blanca, de la casta, pero sí se muestran condescendientes con los mensajes misóginos de Donald Trump, que trata a las mujeres como ganado y exhibe una serie de esposas e hijas recauchutadas y con la boca cerrada. "Yo no voy a votar con mi vagina", dijo hace un par de días Susan Sarandon, demócrata y seguidora de Bernie Sanders, el precandidato a la izquierda a quien apeó Clinton en su carrera hacia la Casa Blanca. La actriz remarcaba así que no votaría por Hillary ni con una pinza en la nariz, ni siquiera atendiendo a la histórica posibilidad de que una mujer presidiese la primera potencia mundial, ni siquiera para frenar a un cavernícola confeso como Trump. El feminismo siempre es selectivo, el machismo no, pues considera imbécil al conjunto de las mujeres sin excepción. El feminismo, una de las pocas lizas que aún valen la pena, tiende a aparcarse en favor de otras consideraciones, sean económicas o de seguridad, de manera que la igualdad se aplaza sine die y el sexismo no se combate en el auténtico campo de batalla: las urnas. En contra de mi admirada Sarandon, siempre he defendido votar desde la vagina, el lugar donde todo se origina, un espacio mejor irrigado que algunos cerebros. Las norteamericanas no han votado desde su vagina y ahora les gobernará el hombre que las denominó con el genérico "chochitos".

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