Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Armar el monstruo y salir corriendo

La campaña presidencial de 2016 quedará inscrita en los anales de los comicios estadounidenses al menos con los mismos escalofríos que la de 1964. Entonces, a rebufo del asesinato de JFK, la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, la lucha de la población negra por sus derechos y el inicio de la escalada militar en Vietnam, las bases republicanas giraron tan a la derecha que su candidato a la Casa Blanca fue Barry Goldwater, un ultraderechista montaraz. El presidente Johnson lo aplastó en las urnas por un contundente 61% a 38,5% que aún hoy sigue marcando el mayor porcentaje logrado por un ganador desde 1820. La debacle de Goldwater arrastró, por cierto, a todo el Partido Republicano, apaleado tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado.

Goldwater fue también la respuesta republicana al primer presidente católico y mediático de EE UU, del mismo modo que Donald Trump es la respuesta de las bases blancas industriales y agrarias, empobrecidas por la globalización, las crisis y el neoliberalismo que ellas mismas defienden, al primer presidente negro de la Unión. Trump pasará a la historia por su temerario choque con el aparato republicano, por sus ataques a todo tipo de colectivos, por su amenaza -en el segundo debate- de encarcelar a su rival demócrata, por su negativa -en el tercer debate- a prometer el acatamiento de los resultados electorales y, lo que no deja de ser relevante, por haber modificado el papel de los medios de comunicación en una elección presidencial.

Aunque en EE UU no es infrecuente que los medios tomen partido por uno u otro candidato, la cita electoral de 2016 ha hecho saltar por los aires muchas tradiciones. Por sólo citar dos ejemplos, "The New York Times" se vio obligado a inaugurar una práctica que hasta ese momento había reservado a sus editoriales: precisar en el cuerpo de una noticia que una afirmación del magnate era una rotunda mentira. En segundo lugar, numerosos medios que nunca se habían pronunciado ("Foreign Policy", por ejemplo) respaldan ahora a Clinton, mientras que cabeceras de larga tradición conservadora han retirado su apoyo al republicano, algo que sólo habían hecho una vez en el último medio siglo, precisamente con Goldwater. Como resultado, son más de ochenta los medios a favor de Clinton, mientras que el principal soporte del magnate es el "National Enquirer", semanario sensacionalista especializado en deslices de famosos.

Este desplazamiento de querencias se ha visto acompañado por una reflexión autocrítica de los propios medios, conscientes de no ser ajenos a la insospechada proyección alcanzada por un individuo cuya candidatura fue saludada, en junio de 2015, como una humorada sin trascendencia. En efecto, hasta el inicio de las primarias, el pasado febrero, cada salida de tono de Trump, que desde hace años tenía el rango de estrella mediática, era cazada al vuelo por una prensa ávida de titulares. Se ha calculado que la difusión gratuita, vía noticia, de las fanfarronadas del republicano le valió una repercusión que, en términos de publicidad, le habría costado 2.000 millones de dólares.

Hubo que esperar a que las aguas republicanas se desbordasen peligrosamente para que los medios, rompiendo muchos de ellos con su tradición de imparcialidad, iniciaran el acoso y derribo del magnate. El mismo monstruo que ellos mismos habían contribuido a construir y al que ahora intentan abatir a garrotazos. El doctor Frankenstein no lo habría hecho peor.

Compartir el artículo

stats