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Jose Jaume

La herencia de José María Rodríguez en Palma

Los tres alcaldes del PP que los ciudadanos de Palma han elegido desde 1979, Juan Fageda, Catalina Cirer y Mateo Isern (han dispuesto de cómodas mayorías absolutas), han sido vicarios, en mayor o menor grado, de quien de verdad ha detentado la vara de mando, José María Rodríguez, hasta antes de ayer intocable e intocado dirigente de la derecha en Palma. Fageda, Cirer e Isern no movieron un papel en Cort sin contar con la previa anuencia del presidente del PP de Palma. Rodríguez ha sido excesivo en todo: presencia omnipresente en el partido; pieza fundamental para que la derecha ganara elecciones; hacedor de alcaldes, porque prefería serlo de verdad y, por supuesto, facilitador de arreglos para solventar cualquier necesidad que se le pudiera presentar a alguno de sus incondicionales afiliados en la organización local del partido. Los excesos de Rodríguez eran sobradamente conocidos por los dirigentes regionales e incluso nacionales del PP. Nunca se les puso coto. Se le necesitaba. Su aval incontestable era el de que ganaba las elecciones en Palma, que arrollaba, machacaba, a los adversarios. Cuando por única vez la multiizquierda coaligada consiguió que el PP pasara a la oposición, Rodríguez trabajó a fondo para devolver las cosas a su estado natural: la supremacía conservadora, sobradamente lograda con Isern, que le salió díscolo dentro de un orden. Es decir: Rodríguez siguió mandando, aunque pudiera parecer que mandaba un poco menos.

Por todo ello, la caída de José María Rodríguez Barberá necesariamente tenía que ser estrepitosa. A fe que lo está siendo. Enfangado hasta las cejas, se ve obligado a abandonar hasta el PP contemplando cómo quienes mucho le deben, entre otras la actual portavoz popular, Margarita Durán, ayuna de cualidades políticas para ejercer el cargo encomendado, reniegan de su nombre y de su obra. Es magnífico observar a los connotados dirigentes populares abjurar de Rodríguez. Demandar que se llegue hasta el final caiga quien caiga. ¿O han desconocido hasta hoy quién era el presidente del PP en Palma y cómo se las gastaba? ¿O es que no recordaban lo de "hoy es lunes y estoy en mi despacho", la imperecedera frase que dijo haber dicho una década atrás al alcalde de Andratx, Eugenio Hidalgo, poco antes de que la Guardia Civil se apresurase a detenerlo por corrupciones varias?

La herencia que le deja José María Rodríguez a Palma es tan tóxica que costará desembarazarse de ella. Veámosla a grandes rasgos: además de las insufribles cursiladas que ha perpetrado en el llamado mobiliario urbano (definición que no deja de ser una cursilería más): farolas de imitación de épocas pretéritas, sustitución de los adoquines de las aceras (¿dónde han ido a parar los de piedra de calidad), embaldosado del Borne y la Rambla y una colección de estropicios estéticos que incluyeron colorear la fuente luminosa de sa Feixina, la actuación de Rodríguez incluye haber dejado imposible el centro de Palma, al cercarla de aparcamientos subterráneos. Eran los tiempos en los que la inepta alcaldesa que fue Catalina Cirer, que también intentó con la boca pequeña frenar al general al mando, ofrecía su cara amable, su desmedido amor por el folclore rancio, mientras Rodríguez perpetraba desafueros varios (sobresale el estropicio llevado a cabo en la plaza de España) sin que la alcaldesa chistase. Tampoco lo hizo Fageda, con quien Rodríguez inició la andadura que tan estrepitosamente ha concluido.

Dejando de lado las menudencias descritas, adentrémonos en algunos de los asuntos que señalan directamente a José María Rodríguez: la mafia de la Policía Local. La investigación sobre la policía salpica, y de qué manera, al alcalde Mateo Isern. Ha dejado de ser un misterio la razón por la que se le dejó caer de la candidatura al Congreso de los Diputados. En el PP alguien supo y advirtió a tiempo de lo que se le venía encima. Rodríguez pudo maniobrar sin que en Madrid pusieran impedimento alguno. Isern, un alcalde educado, desprovisto de estridencias, además de imposibilitado para hacer una gestión reseñable, se fue a casa. Tal vez algo sabía de lo que iba a acontecer. Puede que no ignorase lo que se había infiltrado en la Policía palmesana. Una estructura mafiosa no se improvisa, requiere tiempo y dedicación ponerla en marcha. Tanto Rodríguez como su correveidile Gijón niegan haber participado, pero la investigación judicial, que se ha visto sobresaltada por las amenazas contra el instructor y el fiscal, lo que les llevó a solicitar la renovación del permiso para llevar armas, inicialmente denegado ignominiosamente por la delegada del Gobierno y hoy diputada del PP en el Congreso, Teresa Palmer, aporta indicios de que Rodríguez y Gijón presuntamente estaban involucrados. Ya se verá. Lo cierto es que Rodríguez trasladó a Cort el esquema que levantó en el PP de Palma para hacer indestructible su hegemonía en el mismo. No había necesidad de que fuera concejal. Para dirigir el ayuntamiento le bastaba su despacho del PP. Desde él hizo lo que le vino en gana. Quien intentó oponérsele lo pagó caro. El abogado Fiol fue uno de ellos. No ha vuelto a levantar cabeza, aunque se dice que está deseoso de volver a probar suerte ahora que Rodríguez es un cadáver muy poco exquisito.

El caso de la Policía Local y lo de la ORA, que no deja de ser un mal apéndice del primero, contiene la suficiente carga destructiva para dejar inutilizado para mucho tiempo al partido que gobernaba el ayuntamiento cuando todo sucedió. Han sido años de gobierno del PP en los que la mafia policial se ha desarrollado con impunidad. La portavoz Durán se apresura a afirmar que el suyo, el PP, es un partido "valiente" que colabora con la Justicia. Como en Madrid. El pensamiento que Durán puede que albergue es el de que en 2019 los electores nuevamente le darán al PP la mayoría perdida, que no se acordarán o disculparán sin más lo sucedido. Razones no le faltan si le da vueltas a lo dicho. Para que retorne la vieja derecha nunca hay de por medio asunto de la suficiente relevancia. El de la Policía Local debería serlo. No lo será, aunque no es descartable que Durán no sea la designada para presentar una impoluta tarjeta de visita en 2019. Quedan tres años para olvidar lo que ha sido Rodríguez, lo ominosa herencia que lega a Palma.

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