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Antonio Papell

El mal menor

El presidente de la comisión gestora del PSOE, Javier Fernández, hombre discreto y sombrío, dueño sin duda de sus palabras, que pronuncia despacio y con afán pedagógico de ingeniero, ha explicado esta semana a sus diputados y senadores que la abstención en la próxima investidura de Rajoy es el "mal menor" con que tendrá que condescender su partido, porque la opción alternativa, la de provocar elecciones, tendría efectos catastróficos para el PSOE.

El argumento es impecable porque, verdaderamente, después de la colosal algarada organizada por el PSOE en su último comité federal, la cotización del partido en las urnas ha caído en picado. Pero es también un argumento estremecedor y desconcertante. Porque ¿cómo es posible que un partido adopte una decisión tan grave no por razones positivas y edificantes sino "como mal menor", para evitar un daño incrementado?

En efecto, era perfectamente legítimo y aun hubiera sido quizá deseable que desde el primer momento, desde que se conocieron los resultados de las elecciones del 20 de diciembre del año pasado, el PSOE hubiera abierto ese debate. Puesto que el PP había ganado las elecciones y no resultaba posible pactar una coalición con Podemos y Ciudadanos a la vez, era una opción legítima dejar gobernar al PP con condiciones muy estrictas. De aquel modo, se conseguirían bastantes de los objetivos electorales el fin de los recortes, la reversión parcial de la reforma laboral, etc. y se evitaría un periodo de interinidad que podía ser largo lo ha sido, en efecto y que podía perturbar el crecimiento económico ya emprendido por fortuna, esta posibilidad no se ha cumplido.

Sin embargo, ni una sola voz salió en aquel momento a proponer esta opción? Quizá lo ha reconocido Fernández porque todos pensaron que aquel rígido "no es no" se convertiría más tarde en "de entrada, no", según la pauta marcada por la laxitud poco ejemplarizante de Felipe González en memorable ocasión. Pero el caso es que el comité federal del 28 de diciembre fijó por unanimidad la negativa radical a cualquier pacto con el PP, lo que fue tácitamente ratificado tras las elecciones del 26J.

El PSOE cometió, pues, colectivamente, una omisión que ya no tenía arreglo porque no se puede arengar en una determinada dirección al cuerpo electoral durante muchos meses para tratar de convencerle de lo contrario a la hora de la verdad. Y quienes no habían sido capaces de marcar un rumbo más practicable, en lugar de atreverse a reconocer su error en un comité federal y tratar de abrir un debate sensato que incluyera la retractación y el cambio de postura, optaron por generar la confusión de un gran golpe de mano orquestado para cumplir sus propios objetivos de poder y reconsiderar el asunto desde otras perspectivas. Con un resultado claro: ahora, el PSOE facilitará la gobernabilidad, pero a costa de su propia supervivencia. Porque el dilema que plantea Fernández entre abstención y ruina electoral es certero a día de hoy pero no lo era en absoluto ayer: nadie sabe a ciencia cierta qué hubiera ocurrido en unas terceras elecciones, de haberse celebrado por persistir el PSOE en su negativa, sin que mediase el golpe de mano.

En definitiva, el país está a punto de salir del impasse y ello es objetivamente satisfactorio y hemos de congratularnos por el fin de la interinidad, pero el centro-derecha no se ha regenerado completamente todavía y el centro-izquierda puede darse por desaparecido. A corto plazo, vuelve la normalidad, y ello es una gran noticia, pero a medio plazo este país sigue con serios problemas de representación política, de liderazgo y de futuro.

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