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Norberto Alcover

Arturo Sosa, fe y justicia

Cuando contemplé su imagen, en medio del aplauso de los jesuitas congregados para elegir a su nuevo superior general, un latigazo de satisfacción me recorrió el cuerpo. Estaba ante un icono en absoluto clerical, antes bien percibía a uno de esos latinoamericanos atractivos, de bigote canoso tras mil batallas y entregado al aceptado rol de gobernar, como si tal cosa. Nada de falsa abnegación ante la carga que habían colocado sobre sus hombros de sesentón avezado, como tampoco esa huidiza mirada que tantas veces nos recorre el alma para evitar confrontarnos con la realidad. Estaba allí tranquilamente, recogiendo el evidente fervor de sus electores, y en ellos el apoyo de la entera Compañía de Jesús, formada por unos 18.000 hermanos en una tarea prodigiosa: servir al Señor en los demás papa alcanzar la plenitud. Siempre y sin descanso "a mayor gloria de Dios", se comprenda o no. Porque lo nuclear para los jesuitas es siempre innegociable. Después vienen los demás, pero siempre como objetivo directo y sin recodos está Dios en cuanto Dios. Principio y fundamento de Ignacio, el maestro de Arturo Sosa, el nuevo líder de la Compañía de Jesús.

Nacido en Venezuela hace 68 años. Arturo Sosa es un especialista en cuestiones sociales, políticas y económicas, habiendo protagonizado confrontaciones largas y tendidas con el estamento de poder en búsqueda de una justicia distributiva mejor y mayor sin perder los papeles. Rector de universidades y superior provincial de los jesuitas venezolanos, acabó en la curia romana de la Compañía como asesor personal del padre Nicolás, su antecesor, y responsable de las llamadas "Casas romanas", entre ellas la gregoriana y el Instituto Oriental. Sin perder jamás sus raíces patrias, que le han convertido en un referente tanto intelectual como evangélico para aquella sociedad y aquellas iglesias cristianas tan baqueteadas por el chavismo patológico. Sin perder jamás la silueta, como dicen sus amigos, y respetando siempre las opiniones ajenas, porque es un conciliador nato. Un excelente compañero para Francisco en su afán por intentar mediar en aquel continente tan explosivo pero prometedor.

Por esta razón, y en su programática homilía en la Iglesia del Gesú tras su elección, afirmó que la Compañía tenía que trabajar "en la historia humana y contribuir a la búsqueda de alternativas para superar la pobreza, la desigualdad y la opresión". Añadiendo más tarde "queremos contribuir a lo que parece imposible hoy día: una humanidad reconciliada con la justicia, viviendo en una casa bien cuida, donde hay espacio para todo el mundo, ya que nos reconocemos como hermanos e hijos de Dios". Para que nos entendamos, Arturo Sosa, desde estos comienzos romanos, profetiza, como hizo Arrupe y hace Francisco, una justicia que brota de la fe. Nada de ambigüedades postmodernas. Dios siempre en el centro de la tarea humana como punto de partida y de llegada. Que una cosa no quita la otra, antes bien la potencia al infinito.

Pero añadamos algo más que me llena de satisfacción en tiempos líquidos: "Hemos de cultivar una activa vida espiritual? pero sin olvidar al mismo tiempo una necesaria y extraordinaria profundidad intelectual para pensar activamente". Esta conjunción entre espíritu e historia, recuperando para la compañía la relevancia de lo intelectual como urgente fundamento para una válida evangelización, es lo más novedoso del texto homilético del reciente superior general de la Compañía, recordándonos que el servicio más identitario de los jesuitas pasa por buscar siempre las causas últimas del dolor humano para superarlo en todos los frentes. Pensar para actuar. Escribir para durar en el tiempo. Dejar esa huella indeleble de la reflexión paciente y extremada. Pero siempre, un pensamiento en función de la liberación humana, de la salvación universal.

En esta línea, Sosa, casi al final de su intervención, nos recordaba el reto de "ofrecer una formación compleja que nos convierta en verdaderos jesuitas", dejando de lado tentaciones inmediatistas a las que tan expuestos en una sociedad de lo instantáneo y rápido. Cuanto más tiempo dediquemos a prepararnos para nuestra tarea, accederemos más y mejor a la resolución de los problemas urgentes que la historia nos lanza sin descanso. Es la calidad y no la cantidad la que determinará el futuro carismático de los jesuitas, anclados en un servicio abnegado y creativo a la Iglesia del Señor Jesús. Porque Ignacio, está del todo claro, en momento alguno se apresuró a dejar de prepararse, antes bien siempre se consideró un alumno de la vida de sus compañeros como maestros. Formarse evangélica y civilmente para proclamar el evangelio de la salvación.

El hombre de pelo y bigote cano, con su telilla al cuello, en un detalle del todo sudamericano, marchaba hacia el altar de San Ignacio para despedir la liturgia recién celebrada? pero dobló su camino para dirigirse a la tumba de Pedro Arrupe, donde oró. Aquí hay que intuir la clave de su generalato: Ignacio como gran referente jesuita, pero Arrupe como compañero de camino asequible. Y ambos, luchadores incansables pro traer la justica a este mundo en claroscuro, desde la fe indeclinable en la propia ilusión por alcanzar lo improbable y tal vez incluso lo imposible. Lo mejor de la vida, piensa uno, es absolutamente utópico. Nunca se conseguirá en plenitud, pro nos habrá llevado adelante como un rayo incesante.

Ojalá, esta homilía de Arturo Sosa en su comienzo, sea referente auténtico en su mandato posterior. Y de fondo, una transparente mirada de penetrante misericordia? La mirada del buen Dios.

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