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No son sólo cosas de chicos

Cuando era una niña, jugando en el patio del colegio, una compañera me tiró de la camiseta mientras íbamos corriendo por una zona donde había escalones. A consecuencia del tirón me desequilibré. Me caí en un escalón sobre el brazo derecho, que me fracturé por dos sitios. Yo tendría unos siete u ocho años, pero me acuerdo como si fuera ayer. Fue un accidente. Era un juego. Aunque la niña no era una de mis mejores amigas, y podía caerme mejor o peor, no tuvo la intención de hacerme daño. Simplemente quería pillarme. Recuerdo que cuando al cabo de un par de días volví a clase, me pidió perdón. Mis maestros, sus padres y el resto de compañeras le hicieron darse cuenta de las consecuencias de tirarme de la camiseta. Estaba arrepentida.

Recordaba este episodio de mi infancia a raíz de la agresión sufrida por una niña, también de ocho años. Y ¿qué quieren que les diga? Yo sí veo diferencias entre una "disputa por una pelota" durante un juego infantil "sin intencionalidad previa" y lo que me ocurrió a mí. Que siete alumnos cinco de ellos mayores que la agredida se abalanzaran sobre ella pegando "alguna patada" cuando ya estaba en el suelo, cuanto menos debería hacernos pensar que el propósito no era hacerle cosquillas. Cuesta creer que fuera un combate de siete contra uno. El hecho de que no lo hubieran planeado con anterioridad no le resta un ápice de gravedad.

Para colmo, elevemos la anécdota a categoría a la hora de buscar soluciones. La tomamos con un detalle, al que damos mil vueltas, porque seguramente si hubiera sido diferente, nada de esto habría ocurrido. Por ejemplo, si había o no maestros en el patio y si vigilaban a los alumnos o miraban el móvil. He pasado por un colegio como alumna y como profesora. Sé lo que es vigilar un patio. El día que me rompí el brazo había supervisión, sí. Pero si hay dos adultos a cargo de cientos de niños que gritan, ríen, corren y se persiguen una agresión como la de Son Roca puede ocurrir sin que lleguen a tiempo para detenerla. En un recreo no hay silencio ni quietud. En la otra parte del patio, un grupo de chavales cuatro o cinco años mayores que la niña la cogen y en treinta segundos pueden haberle dado una paliza.

En lugar de explicar esto que cualquiera con dos dedos de frente y sin una dosis de mala intención muy elevada puede entender los responsables de educación y los sindicatos de docentes se limitan a cerrar filas, a que esto no es culpa mía y a ¿qué quieren que haga si los supuestos agresores son menores? Aunque haya ocurrido en una escuela pública. Así que el resultado es que la niña agredida lleva dos semanas sin ir al colegio mientras que los supuestos autores estarán ahora tres y cinco días en casa, respectivamente. Cuando se pretende proteger por igual los derechos de los menores desde la equidistancia lo mismo los de los agresores que los de la agredida el resultado acaba siendo una primacía de los primeros. Por no hablar de la Fiscalía, que desmiente a la familia de la menor, porque las heridas "no son tan graves". Y ¿cómo no? mata al mensajero. ¡Qué malos son los periodistas que no contrastan! Cuando nadie del colegio ha querido responder pregunta alguna. Cuando el conseller de educación tardó nada más y nada menos que cinco días en ponerse delante de un micrófono e inspección casi dos semanas en redactar un informe.

Porque sí, señor Fiscal jefe. Los hechos son graves. Mucho. De una trascendencia extrema, independientemente que la niña tenga o no fisuras en las costillas. Más allá de que los hechos tengan o no relevancia penal. Y usted precisamente debería saberlo. Porque se supone que después de conseguir sus minutos de gloria en el Telediario se dedica justamente a perseguir estos mismos comportamientos en adultos. Si lo ocurrido no es grave, ¿qué lo es? ¿Hay que esperar a que el menor se suicide no sería el primer caso para luego poder llevar peluches, velitas y flores a las puertas del centro escolar? Con minuto de silencio incluido. Y condenar. Sobre todo condenar la violencia en la escuela.

El verdadero problema de fondo es en qué modelo de sociedad nos hemos convertido. Qué estamos enseñando a nuestros hijos. ¿Dónde queda la responsabilidad por los actos propios, aunque sean menores? La lección de vida que aprendió mi compañera de colegio por un acto involuntario es la que se deberían llevar estos chicos. Cosa que parece improbable, si procuramos que todo quede en una riña producto de una chiquillada. Hace poco, en Vigo, el padre de un jugador juvenil de fútbol se lió a puñetazos con el entrenador de su hijo por cambiarle durante el partido. ¿Qué aprende el niño? Que si me cambian no es porque yo haya hecho algo mal. Que si no me gusta esa decisión la violencia está aceptada. No. Los maestros no son los únicos responsables de esta agresión, aunque hayan tratado de justificar lo injustificable. A los niños hay que educarlos en casa. Y no sólo en casa. Hemos "avanzado" tanto que nos hemos olvidado de un proverbio africano que dice que "para educar a un niño hace falta la tribu entera". Porque de todo y de todos aprenden sus comportamientos.

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