Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José Carlos Llop

Visita de urgencia

Esta semana he pedido con urgencia hora en el médico y lo mismo en el despacho de una eminente personalidad de la Patafísica, esa ciencia paródica especializada en 'el estudio de las soluciones imaginarias y las leyes que regulan las excepciones' (sic), inventada por Alfred Jarry. Lo he hecho porque empiezo a estar preocupado. Si he acudido a sus tesis surrealistas es porque sospecho que estoy viviendo en un bucle de carácter ilógico. Para Jarry la regla era la excepción de la excepción y no al contrario, como en el mundo que conocemos. La regla era lo extraordinario y de ahí que la anormalidad, según él, sea la norma.

La cuestión es que tengo un problema con la Academia Sueca. Si viviéramos en plena Guerra Fría, diría que han puesto micrófonos en mi casa, o que sus espías están apostados en las esquinas de mi ciudad, o allí donde vaya. Sin ir más lejos, hace unas semanas estaba en París. Llegué al final de la tarde y tras pasar por el hotel fui a reservar mesa -había quedado a cenar con unos amigos- en un café-brasserie del barrio de Saint-Germain, adonde suelo ir a menudo. Al entrar, cenando frente a un libro abierto, vi a Vargas Llosa. Solo, efectivamente, pero ahí estaba cenando con la cabeza gacha sobre el libro, para evitar moscones, pensé. Turistas españoles con el Iphone a mano, vamos. Después de reservar una mesa para tres, decidí dar un paseo por los jardines de Luxemburgo, que es un sitio al que también voy a menudo. Lo cuento porque total, mi expediente no tiene secretos para los suecos -ya verán por qué- y quizá por eso sean tantos los suecos que compran ahora en Palma. Pero volvamos al Luxemburgo.

Cuando llegué acababan de cerrar el parque y como aún tenía un rato antes de cenar, opté por acercarme hasta la plaza de Saint-Sulpice, cuya fuente me gusta especialmente y su iglesia -por fuera- también. Lo hice bordeando los jardines y me topé con una modelo japonesa que a la luz del crepúsculo posaba con gabardina color hueso y piernas muy largas, ante un fotógrafo y su ayudante. Ni me sonrió, tan altiva ella. Seguí mi paseo bajo las arcadas y al llegar a la rue Bonaparte, giré a la derecha y empecé a bajar la suave cuesta. Al poco -por la otra acera y subiendo hacia mí- vi a un hombre muy alto, de cuerpo y movimiento como desmadejado, rostro blanquecino y gafas de pasta negra. Al principio no lo reconocí -mi vista ya flaquea y ya estaba anocheciendo- y luego vi que era Patrick Modiano. Nos saludamos desde uno y otro lado de la calzada, crucé la calle, charlamos un rato y nos despedimos amigablemente. Al dejarlo atrás pensé: dos nobeles en menos de veinte minutos; ya sólo me falta toparme con Gao-Xingjian, que también vive en París. Pero no.

La cosa no pasaría de jugada del azar, si la Academia Sueca no le hubiera dado el nobel de Literatura a Bob Dylan. En fin, que yo no estaría hablando de ir al médico y mucho menos de la Patafísica, sea eso lo que sea. Les cuento, por pasos. Allá por el año 1992, estaba acabando mi traducción de Derek Walcott, entonces un poeta antillano que nunca había sido traducido -ni por tanto, editado- en España. Y llegó octubre y los académicos suecos le dieron el Premio Nobel de Literatura. Mi casa -o mejor, mi teléfono-, se convirtió en el consulado de Walcott en España. Artículos solicitados y entrevistas una detrás de otra, durante varios días fue un no parar. Pensé y así lo dije en casa: nunca tendremos el nobel tan cerca como hoy. Por supuesto -y disculpen amigos y enemigos- me equivocaba.

En 2013 me encargué de presentar la edición para Anagrama de La trilogía de la Ocupación, de Patrick Modiano. Jorge Herralde y yo habíamos hablado hacía tiempo de la publicación de las tres primeras novelas de Modiano, que algunos críticos franceses -Carine Duvillé fue la primera- habían bautizado, sin haberse publicado nunca juntas en Francia, La trilogía de la Ocupación. A Herralde le pareció buena idea y me encargó el prólogo. El libro apareció, si no recuerdo mal, en 2014 y llegó octubre y, zasca, la Academia Sueca otorgó el nobel de Literatura a Patrick Modiano. La cubierta de La Trilogía? con el anuncio de mi prólogo, ilustró la noticia en distintos telediarios de las 3, y de nuevo el teléfono de casa sonó sin parar -'consulado Modiano, dígame'- y encargos y entrevistas se multiplicaron, esta vez durante más días. Me dije: dos veces son muchas veces, qué rara es la vida. Y continué con ella, la vida y sus rarezas, digo.

Mientras escribo esto, el doctor Philipulus Ostrogodus, eminente patafísico ya me ha dado hora para la consulta. Será dentro de mes y medio, pero creo que podré aguantar. Lo del médico irá más rápido porque es de la familia. 'La que ha montado -me escribió la noche del jueves un amigo- la portada de tus Reyes'. Se agradece la broma cariñosa. Pero lo que sí sé es que en enero apareció mi novela Reyes de Alejandría y la fotografía de la cubierta era -y es- una foto espléndida de Bob Dylan, perteneciente a una serie del Blonde on blonde, que tomó el danés Jan Persson. Nueve meses después -sí, casualmente el tiempo de un embarazo- la Academia le da el nobel de Literatura a Dylan. Por tercera vez, the same old story. El teléfono sonó desde Palma y desde Madrid. De esta casa y de El Ojo Crítico, de RNE. Horas después tuve que desconectarlo. Porque ya no paro de recibir encargos de editores para que prologue a los autores que editan, traduzca a poetas inéditos en España y elija fotos de sus escritores y cantantes como portada de mis libros. A ver si hay suerte, me dicen tapándose la boca para que no oiga cómo se ríen. Cuando en el fondo, sé que todo es un complot para impedir que escriba mis libros y un jueves de cualquier octubre futuro suene el teléfono y la llamada sea de Estocolmo, God morgon sir Llop, y yo, ejem, con estos pelos y de oficio prologuista patafísico.

Compartir el artículo

stats