Aunque apenas han pasado dos años desde la elección de Pedro Sánchez como secretario general del PSOE, a veces tengo la sensación de que ha transcurrido una eternidad. Nada como la política para corroborar la relatividad del tiempo y que, en un lapso más o menos breve, pueden suceder muchísimas cosas importantes.

He asistido a la reciente defenestración del ya exsecretario general por motivos que cada día que transcurre se antojan más grotescos. He visto como los supuestos referentes de mi partido que antaño recordaban nuestros principios cuando eran discutidos, renunciaban a ellos por "cuestiones tácticas".

También estas semanas, he observado a un importante parlamentario socialista defender con vehemencia el "No" a Rajoy y ahora, tras la orden correspondiente de su dueña, convertirse en el principal paladín de la abstención. Eso ha sorprendido a propios y extraños, pero no a mí, pues sé por motivos personales que el único principio al que es leal consiste en servir al poder establecido de turno. Groucho Marx estaría muy orgulloso de semejante discípulo.

Pero, aún a pesar de ellos, el PSOE representa 137 años de lucha por la igualdad de oportunidades y el progreso social. No podemos abstenernos para facilitar un posible gobierno de una formación que hiede a corrupción por todos sus poros. No debemos permitir que quienes han dañado el Estado del Bienestar y las libertades civiles en España durante los últimos cuatro años, consigan la absolución a través de nuestro apoyo indirecto.

Hay quienes opinan que unas terceras elecciones serían muy perjudiciales para el país y el partido socialista. Agitan el falso axioma que lo de ahora será un gobierno en miniatura del PP, débil, vulnerable, pero que unos nuevos comicios conllevan, indefectiblemente, un gobierno con mayoría absoluta conservadora. Nadie puede saber con certeza qué sucedería en unas terceras elecciones. Pero no albergo la más mínima duda sobre dos cuestiones. La primera es que el Partido Popular es como el escorpión de la fábula: un gobierno suyo traerá recortes y sufrimiento, sea cual sea su fortaleza y permanencia.

La segunda es qué le sucederá al PSOE si, finalmente, se abstiene ante la investidura de Mariano Rajoy como presidente. Porque ya está empezando a ocurrir con solo plantearlo: militantes dándose de baja, agrupaciones en pie de guerra, rechazo de los votantes en las encuestas.

Y si algo hemos aprendido en esta época post 12 de mayo de 2010, es que los electores progresistas no olvidan ni perdonan fácilmente los errores que cometemos. Pensar que ahora podemos abstenernos y que en un par años volverán a votarnos porque esté al frente una supuesta salvadora con infundados poderes taumatúrgicos, es no ya una ingenuidad: es un dislate.

Todo ello sin perjuicio de que, gran parte del resto de la oposición, se frota las manos pensando en la posibilidad de que les regalemos poder recordárnoslo en cada sesión plenaria y cada rueda de prensa. Es inaceptable sustraernos la posibilidad de volver a intentarlo las veces que sean. Renunciar de antemano a presentar batalla de nuevo comporta la renuncia a nosotros mismos, a nuestra esencia, a nuestra capacidad para luchar ante las injusticias y las dificultades.

Es una decisión que, en realidad, trasciende con mucho las capacidades de una gestora confeccionada para aminorar los daños del ataque contra Pedro Sánchez. Tampoco el comité federal del partido tiene la legitimidad necesaria para hacerlo, pues su actual composición data de más de dos años cuando el estatu quo era radicalmente distinto al actual.

Una decisión de semejante calado y trascendencia histórica debe correspondernos a todos los militantes del partido mediante la oportuna votación. Solamente puede temer semejante ejercicio democrático quien nunca haya creído en él, porque es el mejor ejemplo de transparencia y participación al que podemos someter una cuestión tan delicada.

Y quienes no estén de acuerdo con ello merecen respeto y que su propuesta también sea escuchada, por supuesto. Pero que hablen claro, con el rostro visible y no mediante subterfugios ni personas interpuestas. Sin pedir votaciones secretas en el Comité Federal, para que todos sepamos quiénes son aquellos que se avergüenzan en público de lo que desean en privado.

*Abogado y militante del PSIB-PSOE