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Matías Vallés

Qué cantidad hace inevitable el fraude

Miles de españoles se sienten frustrados, porque piensan que les falta impulso para iniciarse en el fraude fiscal. Han contemplado absortos el desfile de los campeones de la disciplina por la pasarela panameña, desde la convicción de que su conducta quedará sin reproche. Se sienten acomplejados ante los Rato y compañía. Este artículo pretende tranquilizarles. No necesitan más energía para manejarse en paraísos fiscales, solo necesitan más dinero. La penetración creciente de la psicología en la economía -véase el Nobel a Daniel Kahneman- ha de servir para determinar las cantidades que hacen inevitable la evasión a gran escala. Se demostrará que no hay proporcionalidad entre el punto de fuga y la operación global.

La entrada en la ruleta de los paraísos fiscales no es una cuestión de predisposición o de principios, sino de dinero, a falta de especificar cuánto. La certidumbre sobre las pretensiones fraudulentas de la creación de sociedades pantalla en Panamá, salvo para los coleccionistas de sellos, se suma a la probabilidad creciente de que la mayoría de operaciones abultadas desemboquen en países opacos. La piratería tributaria brota así espontáneamente, a partir de la barrera psicológica de las decenas de miles de euros a abonar al fisco. La frase "tiene que pagar cien mil euros a Hacienda" se interpreta como una tragedia, a nadie se le ocurre compensar con la constancia de que la víctima pueda haber ingresado trescientos mil euros para verse obligada a tal desembolso. Los doscientos mil restantes no sirven de consuelo, se ha fabricado un candidato al yihadismo tributario, camino del paraíso donde los miles de euros volverán a ser vírgenes.

El contribuyente no tiene la percepción de que gana doscientos mil, sino de que pierde cien mil. Los reclutadores nada altruistas explotan el sentimiento de pérdida de quienes de ninguna manera piensan desembolsar esa cantidad, por relevante que sea el beneficio. La molestia incluso física aparece en el umbral de los mil euros, los síntomas de ansiedad se presentan en los diez mil, los cien mil expresan la energía irreprimible de evadir. Toda transacción única por encima del millón es tan sospechosa como tener un kalashnikov en casa. O un kilo de cocaína, para quienes sienten prevención hacia las armas de fuego.

Detraer quinientos euros de un sueldo medio bruto de dos mil euros parece una propuesta razonable, que solo suscitará los gruñidos de ordenanza. En cambio, entregar la proporción inferior de doscientos mil euros sobre un millón, se entiende como una intromisión ominosa del Estado orwelliano. Este contraste se debe a que, en contra de la intuición, un euro es la misma cantidad para un clase media que para un potentado. En cambio, un millón de euros es una magnitud inexistente para un clase media, pero tan real para un potentado que la defenderá en su rabiosa integridad. No "juegan con otras reglas", según predica Obama cuando necesita el voto de las clases desprotegidas. Disputan con pasión inusitada cada euro. Un seductor no triunfa amasando trofeos, sino abordando a cada conquista como si fuera la primera y la única.

No se trata de rapacidad. El potentado aceptaría desembolsar los 500 euros que el asalariado abona por sus dos mil, pero ni un céntimo más. En su psicología, equivaldría a pagar un precio superior por el mismo litro de gasolina. El intelectual de cabecera del país, Bertín Osborne, compendió la tesis de este artículo al ser atrapado precisamente en los tentáculos acogedores de las sociedades panameñas. "Cuando compro un cuadro, un caballo o una casa con mi nombre, me cobran el doble que a ti". Donde el tuteo debe entenderse como el tratamiento campechano que los terratenientes dispensan a las clases inferiores. La traducción tributaria del aforismo del cantante es inmediata, un mayor rendimiento económico no debería implicar una contribución más elevada. El Estado se paga a escote.

Paul Newman se quejaba de pagar al fisco norteamericano el noventa por ciento de sus ingresos, en entrevista con Oriana Fallaci. Sin embargo, en el lamento del actor subyacía un orgullo patriótico. Su colega Ronald Reagan y Margaret Thatcher rebajaron dramáticamente los porcentajes, bajo el principio nunca demostrado de que se recauda más si se reclama menos. Los paraísos fiscales son una terapia todavía más eficaz para tranquilizar a quienes tienen mucho que perder.

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