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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

La decepción

Javier Fernández, el presidente de la gestora del PSOE, se está prodigando en los medios de comunicación. El objetivo no parece tanto el de una promoción personal como el hecho de impulsar un debate sosegado, aunque apresurado, sobre la conveniencia o no de unas terceras elecciones. Se trata de orillar la propuesta hecha por Sánchez, el dimitido secretario general, de presentarlo como un debate entre los partidarios del "no es no" y los de la abstención, que sitúe al PSOE en posición subalterna en relación al PP. No tengo un conocimiento fundado sobre el perfil de este político que, en sus apariciones públicas, parece dotado de sensatez, moderación y realismo. En sus declaraciones solamente se le ha visto cargar con contundencia contra Podemos y Pablo Iglesias, al que ha calificado como fariseo y Caifás; una mención un tanto desenfocada pues como ha recordado Lucía Méndez, Caifás era saduceo y no fariseo. Fernández aludía a las intenciones caníbales contra el PSOE disfrazadas de fraternidad de bando y de cultura familiar socialista. No ahorrando calificativos, también describía a los dirigentes de Podemos como Savonarolas de bolsillo (de Vallecas se había tildado a Iglesias en esta columna). Pero no hay unanimidad en la apreciación de este líder asturiano. Gregorio Morán ha cargado contra él con la saña con la que este acreditado periodista antiguo militante del PCE acostumbra a tratar a quienes se le antojan dignos de ser tratados de forma inclemente. Le atribuye, con el típico desprecio del titulado superior por el titulado medio (Fernández, aunque se presenta como ingeniero de minas, sería ingeniero técnico de minas, antiguamente llamado "perito") una continuada relación con la llamada corrupción de las minas, acreditada por la supuesta estrecha relación (casi de ahijado) con Fernández Villa, el legendario secretario general del Soma UGT, que se acogió a la última amnistía fiscal de Montoro acreditando la posesión de más de un millón de euros de origen desconocido y declarándose en estado de demencia senil.

Como puede comprobarse, basta rascar un poco entre la gente que se mantiene desde hace lustros en la política para que salgan cosas raras. Fernández parecía impulsar la racionalidad en el PSOE, pero los dos partidarios de Sánchez en la gestora persisten en la propensión al desgarro. Uno de ellos es Antich, nuestro Antich, que ha pasado de ser mayoría en el PSIB y en el PSOE a ser minoría en este último y ha reclamado a la gestora que la posición final del PSOE sea decidida por la militancia, de acuerdo con la iniciativa impulsada por el alcalde de Jun, otro levantisco. Pero no se le ve a Antich muy ufano en las crónicas televisivas; aparece con la cabeza extrañamente hundida entre los hombros; no sé si por un cierto desánimo coyuntural o si es la retracción previa para tomar impulso y votar no en el Senado, al modo de Pere Joan Pons en el Congreso, el diputado impuesto por Armengol, que juró y perjuró que, si llegara el caso, votaría no a la abstención en la investidura de Rajoy. Está claro que PSIB y PSC van de la mano, pues Iceta y Parlón, ambos contendientes por el poder en el PSC, ya han afirmado con toda rotundidad su voto negativo a la investidura de Rajoy. El roto en el PSOE puede ser terminal. Tercera fuerza en Galicia, en Balears, en Cataluña, cuarta en el País Vasco, en Madrid€ Amenazados por un sorpasso de Podemos si se celebran las terceras elecciones. Con un solo baluarte inexpugnable, Andalucía, y el riesgo de convertirse en un partido del sur de España, el territorio menos dinámico económicamente del país. Son momentos muy dramáticos, quizá, junto a los de 1936, los más dramáticos de su historia. La crisis de la socialdemocracia europea, su carencia de rumbo, se agudiza en España, uno de los países que peor han gestionado los embates de la recesión más importante desde 1929. Es su propia existencia lo que está en juego.

Fernández ha pronunciado una frase que ha pasado bastante desapercibida, pero que a mí me ha gustado. Ha dicho que "la política exige vivir con la decepción". Y me ha gustado porque su significado existencial va más allá de la propia política, atañe al de la propia vida del hombre, de cada uno de nosotros. Por supuesto que es así en la política. Afirmar lo contrario sería tanto como suponer que es posible acabar con toda injusticia, con todo desvalimiento, con toda necesidad, con toda dependencia, con todo sufrimiento€ Afirmar lo contrario sería pensar que la utopía está al alcance de la mano, que la utopía deja de ser futuro que justifica cualquier sacrificio, para dejar de ser y convertirse en presente intemporal. La realidad de la política y de la vida es otra. La realidad casi nunca se compadece con las expectativas creadas y casi siempre acabamos golpeados por la decepción. La única manera de minimizarla es saber construir un proyecto con expectativas ambiciosas pero realistas. Pero es necesario tener un proyecto, eso que no tiene el PSOE ni la socialdemocracia europea. Y lo que tiene Podemos es un proyecto populista que, por definición, supone proponer soluciones simplistas a una problemática que, como la vida, es terriblemente compleja. Ahora está muy de moda, se escucha de mucha gente, la expresión "hay que vivir el presente". Y si se analiza la política del PSOE desde principios de los años noventa, se podrá comprobar que se ha limitado a gestionar el presente. Por supuesto que el vivir no puede ser estar volcado solamente en el futuro, sería un no vivir para poder hacerlo más adelante. Una apuesta inteligente es vivir el presente de manera que una parte de esta vivencia sea pensar el futuro, proyectarse. Uno de los grandes pensadores de la humanidad, algunos siglos antes de Jesucristo, Confucio, dejó sentencias que explican algunos de nuestros problemas: "Gobernar es ser recto. Si te comportaras rectamente, ¿quién se atreverá a no hacerlo?"; "En la antigüedad se era reticente a hablar, porque se temía la deshonra de que las obras no estuviesen a la altura de las palabras."; "Un hombre que no se preocupa del futuro está condenado a preocuparse del presente." ¿Cómo no pensar que la primera tiene que ver con el fango de la corrupción en el que estamos encallados?¿Que la segunda explica tanto la temeridad de la demagogia populista como la decepción de la política como puro parloteo?¿Que la tercera tiene que ver con la política concebida como una profesión de supervivientes del presente, de simples apagafuegos; con la falta de estadistas; con nuestra decepción ante la crisis del empleo, de la educación, de las pensiones; ante la ausencia de futuro para los jóvenes?

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