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Las bombas de Putin

Aunque su mirada glacial de antiguo espía no permita adivinarlo, el ruso Vladimir Putin es un tipo lo bastante gracioso como para enviar a sus bombarderos a darse un garbeo por las cercanías de Bilbao. Tal que si quisiera hacer un chiste de bilbaínos en el papel de protagonista.

La irrupción de dos de estos aparatos en las costas vizcaínas, al borde mismo del espacio aéreo español, fue muy comentada días atrás aunque no resulten cosa de risa.

Las bravuconadas del exoficial del KGB reconvertido en presidente de Rusia serían más cómicas si los Tupolev-160 que manda a pasear por las fronteras aéreas del resto de Europa no cargasen en su barriga metálica hasta 25 misiles de largo alcance. Aun así, estas travesuras le hacen un montón de gracia a quienes ven en Putin el sucesor y eventual restaurador del fenecido Imperio soviético.

En realidad, los alardes militares de Putin no se condicen con la frágil situación económica de su país. El PIB de la enorme Rusia es inferior, por ejemplo, al de Italia, y tampoco es que supere excesivamente al de la España que recién empieza a salir de la crisis. Tales carencias las compensa con su notable poderío bélico.

Este último es razón suficiente para no tomarse a broma los excesos del mandamás ruso: y menos que nadie los vecinos de la ciudad siria de Alepo. Todos ellos sin distinción están siendo bombardeados de manera inmisericorde por los aviones de este zar de opereta, con resultados que se acercan más bien al drama. Informan los voluntarios de Médicos Sin Fronteras sobre el terreno que los hospitales de esa ciudad sufren una y otra vez el impacto de las bombas de la aviación rusa.

Los cirujanos que allí arriesgan su vida se ven obligados a operar a las víctimas de las bombas en el suelo de las salas de urgencias por falta de quirófanos disponibles. Nada de particular si se tiene en cuenta que cuatro de los ocho hospitales de Alepo recibieron ya el impacto de las bombas: y un par de ellos en más de una ocasión. No se trata tan sólo de falta de escrúpulos, que en eso coincide Putin con muchos otros dirigentes mundiales. Es una cuestión financiera y acaso tecnológica. Rusia no dispone de los sofisticados sistemas de bombardeo teledirigido que se hicieron famosos durante las guerras del Golfo: o, si los tiene, su empleo es demasiado caro como para que la economía del país pueda afrontarlos. De ahí que bombardee Siria al buen tuntún, sin distinguir entre terroristas del ISIS, opositores al régimen y -sobre todo- población civil, que por meras razones censales es la mayoritaria.

Todo esto forma parte de los azares de la política global que enfrenta -otra vez- a los americanos con los rusos. Putin apoya al dictador sirio Bachar el Asad, a quien la vida de sus súbditos le importan tanto -es decir: tan poco- como al primo ruso de Zumosol que ha venido en su ayuda. La cosecha de sangre subsiguiente asciende por ahora a tres mil civiles muertos en el primer año de bombardeos, con el agravante de que esa cifra no para de crecer día a día.

Pocas bromas, pues. Los aviones que tantas chuflas han suscitado aquí con su pasada por los alrededores de Bilbao pertenecen a las mismas fuerzas aéreas que están machacando a millares de personas en Siria. Otros lo hacen también, pero maldita la gracia que tienen las bombas de Putin.

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