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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

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El legado de Obama

Cuando Barack Obama, tras una campaña electoral memorable, llegó a la presidencia de los Estados Unidos hace ahora ocho años, el futuro de la nación...

Cuando Barack Obama, tras una campaña electoral memorable, llegó a la presidencia de los Estados Unidos hace ahora ocho años, el futuro de la nación se conjugaba en clave de esperanza. No era una coyuntura sencilla, ni mucho menos. La crisis económica cabalgaba con la furia de las pesadillas y el legado de George W. Bush -tras las fallidas guerras de Afganistán y de Irak- había dejado por los suelos el prestigio de su país. El eslogan de campaña de Obama -"Yes, we can"- resonaba de un modo especial entre los jóvenes y las distintas minorías de los Estados Unidos, que veían en el joven candidato de Illinois la esperanza de una política completamente opuesta a la de Bush: más brillante y racional, más cercana al pueblo y a sus necesidades. Con el paso del tiempo, sin duda, se percibió la novedad que había supuesto el gobierno del primer presidente afroamericano en la historia americana, a pesar de que su legado resulta todavía muy difícil de ponderar en su justa medida.

Hay que apuntar que su política económica ha sido moderada y exitosa, en gran medida porque -impulsada por la Reserva Federal- la respuesta estadounidense a la crisis de 2007-2008 fue poco ortodoxa, al menos desde la perspectiva europea. Así como la Reserva Federal no dudó en aplicar políticas agresivas de expansión cuantitativa, Obama -a menor escala- empleó los presupuestos del Estado para impulsar obras públicas y crear empleo. América es más rica hoy que hace una década, pero los salarios no han subido; con lo cual, la perspectiva laboral de muchos ciudadanos no ha mejorado significativamente. En cuanto a la cobertura sanitaria, programas como el Obamacare han logrado disminuir el número de personas sin cobertura médica, aunque a expensas de subir el coste medio de cobertura médica para muchas familias. Los resultados finales, una vez más, distan de ser espectaculares. En política internacional, la lectura también es compleja. Tal vez, uno de sus grandes aciertos haya sido el acercamiento a los países de la América Hispana, tradicionalmente ninguneada por su poderoso vecino del norte. Su apertura a Cuba y su visita a la isla caribeña sin lugar a dudas resultarán beneficiosas a largo plazo. En su relación con Europa y Asia, Obama ha acentuado el giro de la diplomacia americana hacia el Pacifico, movido por el realismo crudo de la dispar pujanza de una región y otra. Más allá de los ideales, son los números los que mandan.

De Obama se ha dicho que es el político más inteligente y articulado de nuestro tiempo: un hombre capaz de hablar de literatura durante horas con una novelista de primer nivel como Marilynne Robinson o de impulsar la protección a gran escala de los océanos. Sin embargo, su exceso de inteligencia no evitó que cayera en la tentación del aislamiento político. Pocos presidentes de los EE.UU. han abusado más de los decretos que Obama. ¿Se trata de un ejercicio de realismo por su parte o de orgullo? Probablemente las dos cosas, puesto que -si bien la mayoría republicana del Congreso le era hostil- no supo buscar áreas de consenso ni defenderlas. Sin duda, los republicanos tienen mucha culpa en este fracaso, ya que su retórica beligerante y obtusa no invitaba precisamente al pacto; pero, aún así, Obama ha actuado de espalda al Congreso socavando de este modo la autoridad legislativa de la Cámara.

La auténtica crisis de los Estados Unidos no es muy distinta a la que nos afecta a nosotros: ese giro divisivo que rompe en dos las sociedades. En lugar de forjar consensos, la guerra cultural ha supuesto un enfrentamiento de valores y creencias que provoca la desestabilización de las democracias occidentales. Obama no ha sido un presidente populista -al contrario-, aunque tampoco ha sabido forjar un relato que cohesionase un país tan complejo como los Estados Unidos. El "Yes, we can" se ha quedado a medio camino de su objetivo. La sociedad polarizada no es un destino, pero sí un riesgo que abre en canal a la ciudadanía. Y su incapacidad a la hora de encauzar la realidad del resentimiento y el desencanto constituye el auténtico talón de Aquiles de un presidente que prometió mucho más de lo que ha podido cumplir.

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