La frase política que más se ha repetido en los últimos días es que el PSOE está roto. Lo visto y oído de la reunión del comité federal no deja lugar a las dudas. Un partido roto pierde su capacidad de actuación y en la mayoría de los casos se convierte en un elemento perturbador de la vida política. Por tanto, su prioridad lógica será restablecer la unidad y volver a la normalidad cuanto antes.

Pero en ese camino el PSOE se va a cruzar con dos problemas, los mismos que han provocado la crisis. Uno es el gobierno de España. Al país le urge tener un gobierno que sólo el PSOE puede propiciar, pero el partido necesita estar un tiempo libre de compromisos para recomponerse y recuperar la solidez perdida. El choque entre el interés nacional y el partidista alcanzará en los próximos días el máximo dramatismo, y ya es tarde para evitarlo.

El otro problema es la lucha interna por el poder, en la que no se han respetado las reglas ni las formas, y que se presenta como una fuente inagotable de tensiones en el seno del partido en el inmediato futuro. El sector opuesto a Pedro Sánchez consiguió su primer objetivo, que era forzar la dimisión del secretario general y de la comisión ejecutiva.

Lo hizo mediante una votación, pero no por ello cabe calificar como democrático el cambio habido en el mapa del poder interno del PSOE. No lo fue ni mucho ni poco. El sábado, el espíritu democrático estuvo ausente de Ferraz. Y los daños causados afectan a toda la estructura organizativa del PSOE. El único órgano en activo respaldado por los afiliados es el comité federal, que en todo caso ha perdido una sexta parte de sus miembros.

Está por ver, además, cuándo estará otra vez en condiciones de debatir serenamente y realizar votaciones sin tacha. La comisión gestora, que sustituirá a la dirección anterior por un tiempo indefinido, es un poder absolutamente excepcional en el PSOE. Aunque el partido tiene experiencia en el funcionamiento de gestoras, designadas para afrontar situaciones transitorias, sus estatutos no regulan su nombramiento, ni su composición, ni sus funciones, ni su duración. La comisión gestora actual surgió de forma poco clara del desorden del comité federal y cuenta con el asentimiento tácito de los dos sectores enfrentados, pero esto, claro es, no pone su actuación y sus decisiones a salvo de la polémica interna.

De manera que siendo la situación del PSOE tan inestable, dado el procedimiento seguido para deponer a la anterior dirección y puesto que necesariamente debe reducirse a un paréntesis en el funcionamiento democrático del partido, el primer objetivo de la comisión gestora debería ser la celebración de un congreso que devuelva la normalidad a la organización. La crisis interna del PSOE no podrá darse por cerrada mientras persista la excepcionalidad que supone la actuación discrecional de una gestora al margen de las normas del propio partido. El funcionamiento democrático de un partido debe depender de pautas y reglas afianzadas en el comportamiento habitual de sus miembros y no tanto del buen criterio y el modo escrupuloso de actuar de un dirigente político, como pueda ser el caso de Javier Fernández.

El PSOE acumula un valioso patrimonio político, en votos, representación, poder y tradición histórica, pero en esta coyuntura se encuentra bajo mínimos. En las semanas que vienen tendrá que decidir si facilita el gobierno del PP o provoca nuevas elecciones. Es el dilema que no ha sido capaz de resolver y que ha provocado el estallido interno. En este punto, el partido no tiene escapatoria y cualquiera de las dos opciones es pésima para sus intereses. Sin candidato, falto de un mensaje unificado, con el ánimo de los afiliados y los votantes totalmente decaído, en un ambiente muy adverso, las elecciones podrían tener un resultado catastrófico y espolear de nuevo las desavenencias internas.

En relación con el gobierno, los dirigentes que han maniobrado para deponer al secretario general mantienen la ambigüedad del primer día. Si ahora se muestran tan imprevisibles quizá sea porque piensan que así logran disimular su debilidad ante el PP. O porque son muy conscientes de que el partido está verdaderamente dividido o alineado con las tesis del secretario general anterior. Según la encuesta de GAD3 publicada recientemente, sólo un tercio de los votantes socialistas es partidario de abstenerse en la investidura de Rajoy. Esta indefinición que tantos problemas ha ocasionado al PSOE tiene los días contados porque los plazos se agotan. En esta situación, además de la imposibilidad de formar otro gobierno y evitar el bochorno de nuevas elecciones, al PSOE se le ofrece un nuevo argumento para facilitar las cosas al PP. Puesto que no está en plenitud de facultades para intervenir en la vida política, al menos debe procurar no convertirse en un obstáculo.

*Profesor de Ciencias Políticas