Un recipiente de cocina tiene como capacidad máxima de "acogida" la cantidad que puede contener de materia líquida y/o sólida. Pero, los buenos cocineros saben y practican que el uso de tal capacidad máxima puede y debe gestionarse (reducirse más o menos) en función del "plato" que cocina y obtener la satisfacción del cliente. Apliquemos tal ejemplo a nuestra realidad. Tal infraestructura, tal equipamiento o servicio tiene tal o cual capacidad de acogida y/o de uso, pero el utilizar con excesiva frecuencia su capacidad máxima (red viaria, el aeropuerto, tal o cual espacio natural?) puede provocar la insatisfacción del cliente, un aumento de precio de tal o cual servicio (desalinizadoras? por el aumento de costes de mantenimiento, y un largo y variado etcétera. Entonces, como mínimo, deben gestionarse los flujos de tráfico y usos. Valga como ejemplo el tráfico de cruceros: una situación es que estancias se concentren en un días a la semana (tal como está ocurriendo ahora) lo que provoca una real saturación en el casco antiguo de la ciudad y una cierta insatisfacción en los visitantes, y otra situación sería una mejor distribución de flujos.
Hace escasas fechas se presentó un manifiesto ratificado por más de cuatro mil ciudadanos y múltiples y diversas instituciones y organizaciones, titulado "Sin límites no hay futuro". "Poner límites" a la destrucción progresiva de nuestro territorio, incluidas sus áreas naturales, evitar la masificación expansiva que exige nuevas infraestructuras y equipamientos, evitar una competitividad basada en una actividad intensiva con mano de obra de escasa cualificación, explorar otras posibilidades de actividad económica? no es matar a la gallina de los huevos. Más bien al contrario, es garantizar su sostenibilidad. El límite es nuestra capacidad de acogida que no es ilimitada.