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Daniel Capó

Recuperar al PSOE

Llegados a este punto, la única opción razonable para el PSOE sería la abstención para facilitar una legislatura corta poco más de dos años o, lo que es lo mismo, dos presupuestos, que permitiera, con la ayuda de Ciudadanos, la aprobación de una batería de medidas ya urgentes. Me refiero a la consolidación de las cuentas públicas; a un nuevo acuerdo nacional sobre el futuro de las pensiones públicas; a ser posible, un pacto educativo y de financiación autonómica; y, en definitiva, el cerco a la corrupción. De fondo, por supuesto, se sitúa el conflicto territorial, que exige como mínimo una posición común entre los principales partidos de la estabilidad. Las reformas más ambiciosas y complicadas piénsese en la constitucional o en la que afectaría a la ley electoral requieren un sosiego y un temple que escasean en circunstancias como las actuales. Las prioridades inmediatas son otras ahora.

La primera de ellas, recuperar el valor central, moderador y progresista del PSOE. Y para ello se necesita ante todo tiempo. Abocarse a unas terceras elecciones y salir humillados o mimetizarse con las opciones antisistema sólo serviría para ahondar el actual marasmo socialista y para continuar con la liquidación por descrédito del prestigio del sistema democrático representativo. Esta labor de demolición constituye sin duda alguna el gran mal que aqueja a la democracia occidental en nuestros días. No el único, por supuesto, pero sí el principal. Los ejemplos proliferan en nuestro entorno del candidato republicano en los EE UU al crecimiento de la extrema derecha en Francia y nadie da con el remedio definitivo para cauterizar el tumor populista. En todo caso, asumir como propio un discurso basado en cualquier forma de maniqueísmo conduce inevitablemente a la implosión social y a la aluminosis institucional. El PSOE lo está sufriendo en carne propia.

Ahora, más que nada, resulta imprescindible recobrar el instinto del realismo, que a menudo no depende tanto de las ideas como de las circunstancias que nos afectan y de los principios que guían nuestra actuación. La alternativa a la abstención no es perder el liderazgo de la oposición como pronostica Iceta, sino aceptar frívolamente la destrucción definitiva del bipartidismo en España (la pasokización sería inmediata), dinamitar el valor transversal de la moderación y habilitar un espacio franco para que la división entre las distintas federaciones que forman el PSOE campe a sus anchas. Por supuesto, las ruinas y los escombros que dejaría un partido tan importante como el socialista también dañarían a la política española en su conjunto. Sus efectos serían demoledores para el prestigio de la democracia liberal en nuestro país y, desde luego, no facilitarían en absoluto la recuperación de la necesaria concordia social.

Las sociedades modernas son líquidas, emocionales y complejas. Requieren más política y no menos, más discurso constructivo y menos demonización, más esperanza y menos temor. Sin duda, uno de los peores déficits del gobierno de Rajoy ha sido su incapacidad, casi genética, de ponerse al frente y ofrecer una narrativa compartida de futuro. Las sociedades se pueden conjugar en muchos tiempos verbales pasado, presente o futuro y constituye un grave error obviar alguno de ellos o ceder gratuitamente la iniciativa a los que, tan generosamente, quieren liquidar ese empeño común de encontrarnos en la diferencia, el respeto y la pluralidad. El PSOE y el PP tienen un cometido que va mucho más allá de la formación de un gobierno estable para esta legislatura. Que no cedan a la demagogia del entorno es lo mínimo que se les debe exigir.

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