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Jose Jaume

El PP quiere ir a las urnas para liquidar al PSOE

Casi nadie osa cuestionar lo que ha devenido en axioma: si se vota por tercera vez en diciembre el PP se alzará con un triunfo incuestionable, saltará holgadamente por encima de los 145-150 diputados; podrá gobernar con la asistencia del sumiso Ciudadanos, reducido a la categoría que otrora tuvieron los fenecidos CDS y UPyD. El PSOE quedará en la cuneta para dar paso a Podemos como oposición perpetua. Ese es el axioma, el que tienta al PP, el que el PSOE decisivamente ha puesto en el mapa político con el inmenso y estúpido desastre perpetrado el sábado. Los populares, displicentes, mientras Mariano Rajoy se recrea complacido en su habitual indolencia, plantean condiciones a los socialistas para aceptar su abstención. Si después de diciembre y de junio la demandaban implorantes, ahora quieren más: exigen, para aceptar el armisticio, la rendición incondicional, que los socialistas acepten no solo abstenerse, sino también garantizar una legislatura plácida a Rajoy, lo que significa aprobarle los Presupuestos Generales y no entorpecer más allá de lo testimonial los proyectos de ley que decida remitir a la Cámara. Ni hablar de derogar la ley Wert o la ley mordaza. De eso nada. La del PSOE ha de ser una oposición amable, complaciente, domesticada.

Si el PSOE no se atiene a lo que el PP le ordena, Rajoy se fuma uno de sus largos puros y envarado anuncia que no intentará ir nuevamente a la investidura, incluso si se lo propone el Rey, porque devolverle al jefe del Estado la faena que le hizo cuando la encargó a Pedro Sánchez le apetece sobremanera. El presidente del Gobierno en funciones es hombre de largos rencores. A Felipe VI se la tiene guardada.

A los atribulados y desnortados socialistas, en manos de una gestora presidida por alguien, como Javier Fernández, que encarna perfectamente las carencias que conducen al PSOE raudo hacia la irrelevancia, parece que solo les queda aceptar la humillación propuesta por el PP o presentarse en el matadero de las elecciones improvisando un candidato designado por el comité federal, que fue donde se consumó la felonía que los ha destripado de apiolar al secretario general.

Esa es la lectura del axioma. Es la que hace el PP y, parece que sin excepciones, politólogos, sociólogos y los medios. Pero, y si el axioma no se corresponde con la realidad; y si de las elecciones sale un resultado inesperado, muy distinto o distinto al que aguarda Mariano Rajoy para permanecer cuatro años más en La Moncloa mecido por su indolencia. Estamos viendo como las consultas que se hacen en el mundo dan al traste con las expectativas de los gobernantes de turno. Cierto que los referéndumes no son elecciones legislativas, aunque lo acaecido en Reino Unido primero y Colombia y Hungría después algo de zozobra suscita si nos adentramos en el tercer capítulo electoral. Al PP viene de irle muy bien en Galicia y rematadamente mal en el País Vasco. Al PSOE le ha ido mal, rotundamente mal, en Galicia y, al igual que a los populares, rematadamente mal en el País Vasco. Cuestionemos el axioma: no está decidido que de haber elecciones en diciembre el PP tenga que salir considerablemente reforzado y el PSOE relegado a la irrelevancia, ampliamente sobrepasado por Podemos. Ese no es el final ineluctable. No está escrito en las estrellas, aunque justo es reconocer que los dirigentes socialistas siguen haciendo lo indecible para propiciarlo. Si se escucha lo que dice el cenizo Fernández o los raudales de demagogia que fluyen por la boca de Susana Díaz, se concluye que indefectiblemente hay que rendir armas.

Insistamos: no tiene que ser necesariamente así; el PSOE requiere altas dosis de imaginación, audacia e incluso osadía para salir malherido, pero vivo, del trance, pero puede hacerlo. Supongamos que la gestora propone como candidato del PSOE a la presidencia del Gobierno a un independiente, a alguien como Miguel Ángel Revilla, el dicharachero y sensato presidente de Cantabria. Con él las cosas pueden ser distintas. Es una alternativa plausible, como lo es la más probable de situar a Ángel Gabilondo, persona respetada. Las terceras elecciones no van a discurrir por el mismo carril que las primeras y segundas, porque los candidatos no serán los mismos. Con Rajoy no se confrontará Pedro Sánchez. Si lo harán algunos que también deberían desaparecer: Albert Rivera y Pablo Iglesias.

El PP va tan holgado que considera irrelevante que se haya iniciado el juicio de la Gürtel. Da por superada la erosión que le ha causado. Supone que quienes dejaron de votarle por los casos de corrupción han olvidado lo sucedido y están prestos a retornar al redil popular. Tanto es así que su abogado pide la nulidad de las actuaciones, por considerar que las grabaciones en las que se fundamenta parte de la acusación fueron obtenidas ilegalmente. Nada de colaborar con la Justicia como cínicamente proclaman Rajoy, Cospedal, Santamaría y demás connotados dirigentes populares. Todo lo contrario: enfangar el asunto y promover, al igual que en los años noventa, la nulidad. El antecedente se halla en el caso Naseiro. La decisión tomada entonces por el Tribunal Supremo cimentó la impunidad con la que considera el PP que puede actuar. La Gürtel se hizo contra el PP no en el PP. Ese fue el discurso de Rajoy. Hoy es el de la vulneración de derechos. La ilegalidad de la investigación judicial para escudriñar las zonas oscuras del PP. Como no hay penalización electoral, los dirigentes populares obran en consecuencia.

Pero y si la hubiera, y si el 18 de diciembre las cuentas que hace el PP se tuercen; si el PSOE, contradiciendo a los augures, resiste privando a la derecha conservadora del margen de maniobra que aspira a conquistar; si así sucede, qué ocurre. El sistema de partidos colapsa progresivamente en España. Se viene afirmando en los últimos años. El PSOE está como está; Ciudadanos se desvanece progresivamente; Podemos transita sobre demasiadas patas y el PP está considerablemente más deteriorado de lo que aparenta. Cuál será la situación en el plazo de un año. Dónde nos encontraremos. Digámoslo otra vez: dar por sentado que las terceras elecciones darán el resultado que el PP de Rajoy aguarda, al menos es arriesgado. Decir que las elecciones las carga el diablo no es excesivo. Las carga, en ocasiones endiabladamente.

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