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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

La canción triste del PSOE

Hubo un tiempo en que el PSOE fue el partido del progreso en España. Representaba la ilusión del cambio y un anhelo de democracia y de europeidad. Gracias al Partido Socialista, España pudo ingresar a mediados de los ochenta en la Alianza Atlántica y en el Mercado Común Europeo. Gracias al PSOE, se impulsaron muchas políticas modernizadoras en nuestro país de la reconversión industrial a la expansión del Estado del Bienestar y, aunque buena parte de este impulso innovador se fue perdiendo tras los primeros años, su engarce con las minorías intelectuales y reformistas españolas era evidente. Sin el importante apoyo que el PSOE prestó a la Corona, la monarquía parlamentaria no se hubiera consolidado en España. El PSOE no sólo fue el partido de las elites urbanas y modernizadoras, sino también el eje transversal que garantizaba la estabilidad de una a otra región del país. Fue clave en Euskadi y Cataluña, en Andalucía y Asturias, en Castilla-La Mancha y Extremadura. En Euskadi, precisamente, junto con el PP, los socialistas ofrecieron un gran ejemplo de resistencia cívica frente al terrorismo y de su capacidad para llegar a acuerdos de gobierno tanto con los nacionalistas moderados como con los populares. En Ajuria Enea, de hecho, se pusieron a prueba por primera vez las bondades de una gran coalición. Todo esto fue el PSOE.

La implosión del Partido Socialista el pasado fin de semana, seccionado en dos, con sus llagas y heridas expuestas a la opinión pública, constituye uno de esos peligrosos movimientos de fondo que, de tanto en tanto, amenazan con cambiar por completo el panorama político de una nación. El PSOE ha pasado de ser un partido moderado, ligado a la tradición parlamentaria de la socialdemocracia y al empeño moral de la Constitución del 78, a mimetizar el lenguaje, los usos y la narrativa del populismo. Cabe preguntarse en qué momento "se jodió el PSOE" por hacer nuestra la pregunta de Vargas Llosa en Conversación en la catedral; pero, más allá de las causas que permiten explicar la actual anemia socialista, el contundente "no es no" de Pedro Sánchez supuso aceptar la demonización definitiva de media España la que no vota izquierdas o nacionalismo, asumiendo como propia la retórica maniquea de Podemos (casta y pueblo, buenos y malos).

Que este planteamiento discriminatorio se vaya apoderando de la izquierda española sólo puede traer consecuencias nefastas para el país. Supone aceptar que una sociedad no se compone de personas, con su complejidad y sus contradicciones, sino de facciones ideológicas que buscan la hegemonía mediante la destrucción del enemigo. "Una casa dividida en contra de sí misma no puede sostenerse", vino a recordarnos Abraham Lincoln en su famoso discurso de Springfield, porque caerá víctima de sus contradicciones. Del mismo modo, tampoco un partido roto puede sobrevivir. Al final, la retórica del "no es no" sólo ha servido para impulsar una guerra civil en el seno de los socialistas que hará virar la posición central de la izquierda hacia actitudes más extremas. A corto plazo, la metástasis en el PSOE refuerza al Partido Popular y a Rajoy, quien además sabe que unas hipotéticas terceras elecciones sólo podrían mejorar sus resultados. Pero, a medio y largo plazo, la situación se agría notablemente.

En primer término, porque las consecuencias en las distintas autonomías no serán positivas para la estabilidad de los gobiernos sucesivos. A su vez, en Cataluña la caída del PSOE se traducirá en un rápido crecimiento de los "comunes" de Ada Colau a costa de los restos del PSC; algo similar a lo que puede suceder en el País Vasco. A nivel nacional, se perderán los efectos benéficos de una eventual gran coalición, que hubiera facilitado una serie de pactos de Estado improrrogables ya y la recuperación de un discurso inclusivo frente a la creciente división. Con el bipartidismo roto y una sociedad enfrentada, la melancolía nos invita a preguntarnos por qué no se aprovecharon los resultados de las elecciones de diciembre para presionar a un PP en horas bajas y lograr un acuerdo generoso y posible. Diez meses después, la situación política del país es mucho peor. Lo que augura, me temo, un futuro complicado.

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