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El lío

Comprendo que estos comentarios pueden resultar algo superfluos considerando la que se ha armado en los últimos días en el patio político español. Y no se ha acabado todavía. Pero si no lo digo, reviento.

Existe en España una figura que es, creo, exclusiva de este país nuestro: enfrentado con las consecuencias de sus actos, generalmente desastrosas, a un político no se le ocurrirá dimitir; utilizará una alternativa mucho menos comprometida. Dirá con solemnidad: "Asumo la responsabilidad política de mis actos". Y ya está. ¿Y eso en qué se traduce? En nada, porque una cosa es dimitir, algo que nunca se contempla, y otra es asumir un vaporoso conjunto de consecuencias que no llevan a ninguna parte. En el resto de los países democráticos, la única manera de asumir la responsabilidad de algo que ha salido rematadamente mal, es dimitir. Aquí no: se sigue amarrado al cargo hasta el total hundimiento de lo que uno preside o gestiona, porque aunque la mayoría de los demás rechace la visión mesiánica que ha llevado al desastre, es preciso mantenella y no enmendalla hasta el final. Como se dice ahora, es lo que hay. Pedro Sánchez, enrocado en su visión terca (y virtuosa, eso sí: el PSOE no dará su voto a un adversario que considera indigno) sigue en sus trece aunque, después de los sucesos de la semana, su carrera política se haya terminado.

Pero tan malo me parece uno como el otro. El uno porque, tras rechazar el encargo del Rey para que intentara formar gobierno, se dedicó a impedir que el otro lo consiguiera. Y el otro porque, cuando le llegó la vez, se dedicó a tomarse la revancha diciendo no, no y no, disfrazando su negativa de enfrentamiento político. Pues vaya novedad: ¡claro que hay enfrentamiento entre ambos! Pero lo que este segundo ignora es que en democracia, sobre todo en parlamentos con distribución minoritaria, la palabra clave es transacción. La solución no es, desde luego, ir a unas terceras elecciones que el socialista va a perder sin remedio. La solución es transar. Usted no quiere que su adversario sea presidente del gobierno. Le parece que los españoles no nos merecemos una nueva pesadilla igual que la anterior y tiene usted toda la razón. Pero no lo va a poder impedir por mucho que se empeñe. La solución es transar. Y no se transige con un amigo sino con el enemigo. Mire usted a su alrededor en Europa y probablemente comprenderá el significado del término.

Este joven político guapetón le habría prestado un señalado favor al país a la mañana siguiente de las segundas elecciones de 26 de junio sentándose con su impávido adversario para fijarle el precio de su abstención. Leyes a derogar o cambiar sustancialmente, ministros a destituir (incluso la presidenta del Congreso, ejemplo de escandaloso servilismo), reforma de la Constitución, corruptos a fulminar (no como las seis exigencias incumplidas del líder de Ciudadanos), sistema electoral a modificar, problema catalán a tratar, probablemente a la canadiense. Ya no va a ser pero habría estado muy bien y habría restaurado nuestra confianza en el sistema. Y si Rajoy hubiera rechazado la oferta, la culpa sería de Rajoy, no de Sánchez como ahora parece que lo es.

Luego, estableciendo las alianzas con quienquiera que fuese, podría haberse convertido en un formidable líder de la oposición, con la llave de la gobernabilidad en la mano. Solo con una abstención. Eso lo entiende hasta el más torpe.

Y además, podría haberse dedicado a reconstruir el maltrecho partido socialista, responsabilidad suya, puesto que sus dos años en la secretaría general lo han dejado hecho unos zorros. Tampoco es que los demás miembros estén libres de culpa, qué quieren que les diga.

¿Qué le va a pasar al PSOE? Elijan: 1.- Largo periodo de silencio lamiéndose las heridas, como ocurrió en Francia a finales del siglo XX cuando les faltó un cuarto de hora para desaparecer y al cabo volvieron, vaya si volvieron. 2.- Integración de sus votantes en otros partidos. 3.- Paso renqueante hacia la insignificancia. Menudo panorama para una formidable formación política cuajada de personalidades y cuya historia está indisolublemente ligada a la eclosión de la democracia tras el franquismo y al asentamiento de España como país serio.

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