Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pérez Andújar

Barcelona es una ciudad, y no un santuario ni una parroquia en la que todos sin excepción rezan al mismo dios. Barcelona no es lo que piensa y dice Pilar Rahola después de salir de la peluquería, entrar en los estudios de alguna emisora o televisión y comenzar a chillar a quien no piense como ella, ironice sobre el carácter sagrado de la catalanidad que, por lo visto, ella simboliza o se atreva a poner en entredicho cualquier aspecto del proceso de independencia. La elección del escritor Pérez Andújar como pregonero de las fiestas de la Mercè, tuvo la virtud de levantar ampollas entre el sector independentista, que tiene la piel demasiado fina y no acepta críticas. Barcelona no es Montserrat, aunque algún purista lo esté deseando con fervor de iluminado. El escritor de Sant Adrià leyó unas palabras muy emotivas y muy hospitalarias. Cada uno es de Barcelona a su manera y en ella deberían caber tanto los autorizados como los desautorizados, como afirmó con sonrisa cómplice. La suya es una manera de engrandecer una ciudad, de ampliarla, de subrayar su carácter de ciudad y no de poblado resistente, de tribu celosa de guardar su territorio.

Por otra parte, el actor independentista Toni Albà organizó un pregón alternativo como desagravio. Perfecto, no pasa nada. Una sociedad empieza a mostrar síntomas de salud cuando en ella cohabitan distintas opciones, incluso sensibilidades opuestas. Sin embargo, se sienten insultados por el escritor de Sant Adrià, quien siempre se ha mostrado crítico y coñón con el ya mítico proceso y, sobre todo, con la estética de las manifestaciones que, en verdad, más que manifestaciones se asemejan a desfiles cuyos actores se comportan como niños muy bien adiestrados. Y esa obediencia colectiva y acrítica siempre resulta peligrosa. No ataca tanto a las ideas de cada cual, absolutamente respetables, sino a las reglas del juego. Prescindiendo de los motivos ideológicos o políticos que pueda tener cada uno, el hecho de ver a cientos de miles de personas perfectamente dirigidas, alineadas y ondeando las mismas banderas y vistiendo la misma indumentaria le deja a uno un poso de sospecha. Algunos pretenden sacralizar esos encuentros multitudinarios, solamente porque son multitudinarios. Hasta que llega un individuo, un solo individuo, que no se casa con nadie, que se niega a callar y que tiene el coraje de ir a contrapelo de esa masa ordenada, y les descoloca y cabrea con sus análisis irónicos. No olvidemos que el escritor ha leído muchos tebeos y es capaz de ridiculizar con gracia la cara de culo que ponen algunos cuando hablan de su santa patria.

En cualquier caso, algunos han reaccionado con virulencia y muy mal humor al nombramiento de Pérez Andújar como pregonero de las fiestas de Barcelona, llamándole charnego como si fuese un insulto, sin percatarse o sin querer percatarse de que Barcelona es una ciudad eminentemente charnega. Algunos querrían convertir esta gran y variada ciudad en una especie de aldea de Girona o en un santuario de la patria catalana cuando, en verdad, la ciudad en este sentido se resiste a ser jibarizada. El día que consigan que Barcelona acabe siendo una suerte de Sant Hipòlit de Voltregà, el municipio más independentista de Cataluña, entonces podemos empezar a hablar. O no, mejor dejarlo estar. Pues se habrá obrado un milagro perverso, el encogimiento, la conversión de una gran ciudad en un aldea de Tardàs. Un país mínimanente sano tiene que ser capaz de encajar las chanzas, las críticas y, sobre todo, la desmitificación. Sin humor ni cintura no se va a ninguna parte. Bueno, y siendo generosos, tal vez hasta la esquina y gracias. Una sociedad sólida tiene que admitir en su seno escritores que le toque las narices, que la ponga en entredicho y, más aún, esta sociedad, este país o lo que sea, tendría que sentirse agradecido de albergar sujetos críticos que rechacen de plano comulgar con ruedas de Rahola.

Eso por un lado, porque existe otro aspecto en el rechazo a Pérez Andújar, y éste es el clasismo. El escritor del Besós conoce las miserias de esa Barcelona estirada, desdeñosa y borde que mangonea por lo bajini y que luego se escandaliza cuando salen sus porquerías a flote. El escritor desenmascara con insolente desparpajo a ese individuo que se cree la quintaesencia del catalanismo y que pone cara de asco cuando algún charnego, tan barcelonés como él, osa plantarle cara y sacarle los colores. Cualquier otra ciudad con menos capas no hubiera tenido ningún problema con un escritor de estas características, capaz de narrar las miserias y los esfuerzos denodados de quienes habitan ese extrarradio que también es Barcelona, aunque algunos no lo quieran ver. Un escritor así es necesario para que una ciudad, sociedad o país muera de autocomplacencia.

Compartir el artículo

stats