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Como Chucky

Demasiado bien han salido nuestros hijos. Hace veinte años comíamos jamón y sobrasada estando embarazadas sin miedo a la toxoplasmosis; de bebés los poníamos boca abajo en la cuna sin saber que aumentaba el riesgo de muerte súbita, cuando crecían un poco e intentaban tocar un enchufe o los botones del horno, les dábamos una palmada en la mano o en el culo sin plantearnos si aquello podía traumatizarlos de por vida. Otra de las cosas que algunos hemos hecho muy mal en la crianza es perder lo nervios al volante. Leía el otro día un artículo en el que se afirmaba que insultar a otros conductores puede propiciar el fracaso escolar. No. No es ninguna tontería. Si durante el trayecto en coche para llevar a los niños al colegio se nos van los nervios y nos transformamos en Chucky gritando y pitando al del Scénic que se ha metido en nuestro carril, provocamos una tensión que hará que el niño llegue estresado al cole y le cueste mucho más seguir las explicaciones del profe de lengua. Como todos nos volvemos un poco locos al volante, los psicólogos proponen varias técnicas a aplicar sobre todo cuando los niños vayan en el asiento de atrás. Algunas son tan obvias y efectivas como levantarnos un poco antes y salir a tiempo de casa para evitar que un atasco nos saque de nuestras casillas. Durante el trayecto, aconsejan charlar con los niños de temas triviales, hablar en positivo de las actividades previstas para el día, o aprovechar para jugar a encadenar palabras, a adivinar películas o a contar matrículas. Poner rock duro a toda leche en el reproductor del coche no es aconsejable sino que, según los expertos, lo mejor es poner música suave y practicar todos juntos técnicas de relajación como la respiración diafragmática.

Pues bien. Yo lo hice todo mal cuando llevaba a los míos al cole lo que, viéndolo ahora con perspectiva, puede que guarde relación con lo mal que se les han dado siempre las matemáticas. En mi defensa he de decir que sí que practicaba lo de la respiración profunda, pero era para controlar los impulsos de lanzarme como una leona al asiento de atrás para que no siguieran peleándose. Y es que, con dos chinchándose todo el camino es imposible crear un clima relajado que propicie la posterior transmisión de conocimientos. Si a eso añades la repetición de las mismas canciones infantiles todos los días y los puñeteros semáforos que sólo permiten en verde el paso de cinco coches cuando la cola supera la treintena, ¿cómo culparse de lanzar todos los insultos del diccionario al listo que intenta colarse por el arcén? De todas formas, tranquilos. Al final salimos normales incluso nosotros, y en una época en la que los insultos y los gritos llegaban hasta de los profesores.

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