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Jose Jaume

Acelerando en el camino hacia la extinción

Conviene no llamarse a engaño: lo que se dilucida no es deshacerse de Pedro Sánchez, sino si se aproxima la defunción del PSOE. El zafarrancho de esos días, que ya se verá cómo culmina mañana, contiene muchas de las trazas que se dan en los prolegómenos de una muerte política, como la acaecida a los socialistas griegos del PASOK después de aliarse con la derecha de Nueva Democracia para que ésta pudiera seguir gobernando. Del partido socialista griego no queda más que un lamentable remedo. El juego sucio con el que se pretende apiolar al secretario general del PSOE (la intervención, el miércoles, de Felipe González constituye un monumento a la infamia a la altura de los últimos años del personaje) exhibe nítidamente, sin atisbo de pudor, el enfeudamiento de la mayoría de los dirigentes territoriales socialistas a la opción de que hay que abstenerse para que gobierne el PP de Rajoy, que vergonzantemente no se atreven a proclamar, salvo el extremeño Fernández Vara, ya completamente fuera de sí.

Los dirigentes fingen desconocer que lo que ha llevado al PSOE a la agonía electoral que malvive es la de no haber sabido o querido dar adecuada respuesta, como la mayor parte de la socialdemocracia europea, al sistemático desmantelamiento de las conquistas sociales obtenidas después de la Segunda Guerra Mundial. Claman, al unísono con las derechas, contra el populismo, que ha llegado porque, con razón o sin ella, es la única alternativa que se atisba al deber no cumplido de la socialdemocracia; populismo que para los partidos de la derecha, en Alemania y Francia, empieza a ser un serio problema. Mejor dejen de frotarse las manos ante el continuado descalabro socialdemócrata.

Centrémonos en el PSOE. Los resultados de las elecciones del domingo eran los que se aguardaban en el socialismo del sur más sus coaligados para desatar la ofensiva final contra Pedro Sánchez. Ahora o nunca han bramado Susana Díaz, Fernández Vara, Ximo Puig, García Page, Lambán, Fernández y quienes quieren que se imponga la abstención a Rajoy, puesto que no pueden aceptarse unas terceras elecciones y mucho menos que Sánchez intente un gobierno con Podemos y los nacionalistas catalanes, los "independentistas", como despectivamente se les denomina cargando de contenido tóxico la acepción. No se puede gobernar con 85 diputados resuena una y otra vez la cantinela. El PSOE ha de estar en la oposición. Si el PP de Rajoy ignora al Congreso de los Diputados negándose a someterse a su control; si a diario insultan al secretario general del PSOE; si se viven episodios como el del espionaje del ministro del Interior, más que suficiente para dimisiones en cadena; si se miente descaradamente en el asunto del exministro Soria o se deja de lado el caso de la exalcaldesa Rita Barberá poco importa. De lo que se trata es de garantizar la gobernabilidad de España y ésta solo puede quedar en manos de la derecha del PP. El PSOE disciplinadamente ha de asumirlo, porque así lo han decidido quienes poseen el poder para doblegar a los sedicentes socialistas con mando en plazas regionales. La resistencia de Pedro Sánchez es tachada de inaceptable desafío al inmutable orden vigente.

El secretario general del PSOE necesariamente ha de dimitir dado que su estrategia de no abstenerse ha sido derrotada en las urnas gallegas y vascas. Es otra de las tesis sostenida por los disidentes. Entonces, ¿qué hacemos con Albert Rivera, que ha presidido el desastre de Ciudadanos, incapaz de entrar en los parlamentos vasco y gallego? ¿Cómo interpretamos la nítida victoria del PNV, que niega la abstención a Rajoy, y el descalabro del PP vasco, el último de los partidos parlamentarios, presidido por el exministro Alfonso Alonso? Opción personalísima de Rajoy, por cierto. ¿O es que lo que es válido para Sánchez deja de serlo para Rivera y Alonso? El secretario general socialista ha vivido la campaña electoral de ambas comunidades sometido a una tensión insoportable e indecente: a diario ha sido zarandeado por los suyos, que no han dudado en hacer campaña en su contra porque a lo que aspiraban, y lo han conseguido, era a que el PSOE se diera un considerable batacazo para endosárselo en exclusiva a Sánchez. Uno más de los episodios del juego sucio al que estamos asistiendo.

Reiterémoslo: si mañana Sánchez pierde la partida, si se le empuja a dimitir y, a través de una gestora, que es la ambición que anida en los dirigentes territoriales díscolos, se propicia la abstención en la investidura de Rajoy, para después auparse a la dirección con Susana Díaz o Eduardo Madina (su mujer, gracias a sus buenos oficios, tiene un bien remunerado trabajo en Telefónica), el PSOE estará en condiciones de ser amortajado. Listo para que se le recen las prescritas preces de difunto.

Quien se aproxima al PP se abrasa. Ciudadanos lo ha constatado. Albert Rivera no ceja de blandir la maldad del bloqueo. Claro que se refiere al bloqueo que impide al PP gobernar, que es para lo que vino al mundo de la política. Si bloquea el acuerdo tripartito con PSOE y Podemos es una y oportuna estrategia. Rivera está pagando cara su sumisa claudicación ante el PP de Rajoy, al que, empeñando su palabra, dijo que jamás prestaría sus votos. Si el PSOE está siendo amortajado, Ciudadanos ha bajado ya al sepulcro.

Acotación al margen. Lo sucedido en la Abogacía de la Comunidad Autónoma pone en evidencia primero lo que era sabido: Pilar Costa es una de las dirigentes del socialismo balear más nefastas de las que se tiene memoria. El PSOE ibicenco, en sus manos, se ha convertido en una organización sin pies ni cabeza. Si se trabajara con unos mínimos de salubridad pública Costa habría sido destituida por la presidenta Armengol. Segundo, la portavoz parlamentaria del PP Marga Prohens ha exhibido sus no menos notables carencias al acusar al Govern de intolerable politización de la Abogacía. Cómo no recordar lo que han hecho los sucesivos gobiernos del PP, los de Bauzá, Matas y anteriores con los servicios jurídicos. Ocurre que siempre habla quien menos autorizado está para hacerlo. Tercero, se constata que la Abogacía de la Comunidad Autónoma lleva demasiado tiempo requiriendo una drástica transformación. No parece que ni los actuales gobernantes ni los que están por venir quieran renovarla. Dejar de meter las manos.

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