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Krugman y el Gran Mentiroso

Habitualmente se cita al fundador de la nación americana que le respondió a un chico que no podía negar ni tampoco confirmar si había talado el cerezo de su padre. George Washington habría quedado como él único presidente de la historia de Estados Unidos incapaz de mentir si la famosa historia del cerezo hubiera sido cierta. Pero no lo era.

La mentira se ha convertido en la primera inculpación del pueblo a quienes dirigen sus destinos: un asunto delicado y pringoso. Sin embargo todos los presidentes estadounidenses han mentido con menor o mayor profusión. Eso de que Washington no conocía la mentira, Nixon desconocía la verdad y Clinton no sabía distinguir entre una cosa y otra está muy bien como ocurrencia, pero desde el primer mandatario hasta el último nadie ha dejado de utilizar la añagaza como recurso. A Nixon, precisamente, lo pillaron y tuvo que renunciar. Ed Uravic, antiguo lobista del Congreso, y autor de Lying Cheating Scum, una novela sobre el juego sucio en el cabildeo político, dijo a propósito de ello: "No sólo han mentido todos los presidentes, sino que además necesitan mentir para ser efectivos".

La actual campaña electoral en Estados Unidos se ha convertido en la prueba de hasta donde son capaces de llegar los candidatos para traicionar la verdad y engañar a los ciudadanos. Por los méritos contraídos, Trump es ya el "Gran Mentiroso". Paul Krugman, analista económico y político, del New York Times, acusó a los medios de dejar pasar las mentiras del aspirante republicano y, en cambio, de perseguir a Hillary Clinton. Krugman ponía como ejemplo del trato discriminatorio la atención al escándalo de los correos de la candidata demócrata y el silencio ante las mentiras y los sobornos de Trump. La diarrea de éste es tan persistente han confesado los periodistas más autocríticos que muchos medios han optado por no publicar y despreocuparse de desmentir.

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