Diario de Mallorca

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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Tras Galicia y Euskadi

¿Qué mueve el voto del ciudadano español medio: la falsa cesura entre la "casta" y el "pueblo", la protesta contra la corrupción, la cuestión identitaria?

El periodista David Brooks, en su columna de The New York Times, reflexionaba este fin de semana sobre los posibles vientos de cola que favorecerían la candidatura de Donald Trump. "En el siglo XXI escribe Brooks , el debate político gira alrededor de diferentes ejes. Ya no se trata de derechas o izquierdas, ni de un gobierno fuerte o un gobierno blando, sino de la apertura y el dinamismo frente a la cerrazón y la seguridad. El debate se sitúa entre aquellos que ven en la creciente meritocracia globalizada una oportunidad y aquellos que, por otra parte, ven sus vidas y sus comunidades amenazadas por este proceso". Es una cuestión que experimentamos a diario en nuestras vidas. El Londres multiétnico y poco inglés votó masivamente a favor de permanecer en la Unión Europea; la Inglaterra rural, en cambio, optó por desvincularse de Bruselas. En el primer caso, las elites británicas de la City perciben la inmigración como una oportunidad; en el segundo, como una amenaza. Mientras que las minorías privilegiadas han visto reforzada su posición económica en esta última década, el paro se ha cebado entre las antiguas clases medias occidentales, con los salarios presionando a la baja. No recuerdo si es el sociólogo Zygmunt Bauman quien ha descrito a las elites en el siglo XXI como aquel segmento de población que no se halla limitado por el espacio, al revés de la mayoría de los ciudadanos, que sienten la geografía como una condena. En este sentido, se puede afirmar que el espacio vuelve a jugar un papel primordial: las grandes oportunidades se centran en unas pocas ciudades y regiones ante la continua erosión del resto. Aunque se quiera ocultar, la atomización social forma parte del relato central de nuestro tiempo. Y, por desgracia, nadie cuenta con la varita mágica para paliar estas diferencias.

Pero, mientras leía la columna de David Brooks, me preguntaba si en España el debate responde exactamente a ese mismo paradigma. ¿Qué mueve el voto del español medio: la disyuntiva entre globalización e identidad local, el miedo a perder determinadas garantías sociales debido a la presión de la competitividad, la falsa cesura entre la "casta" y el "pueblo", el malestar ante la corrupción? Resulta difícil saberlo con exactitud, aunque es seguro que los nuevos politólogos se devanan los sesos buscando una respuesta a estas cuestiones. De todos modos, hay una tendencia general que a lo largo de este último año ha ido ganando consistencia: frente a la ruptura, el voto parece moverse de nuevo hacia la estabilidad. Las elecciones gallegas y vascas del pasado domingo lo corroboran.

En Galicia, la victoria del Partido Popular evidencia la fuerza conservadora en un feudo tradicional para los de Rajoy. En Euskadi, el PNV ha logrado mejorar sus expectativas iniciales, confirmando su transversalidad en el País Vasco. En ambos casos, los resultados indican un giro hacia lo previsible frente a las furiosas diatribas de los discursos antisistema. Aunque tras conocer su victoria el lehendakari Urkullu reivindicó un nuevo acuerdo entre Euskadi y el Estado, lo hizo con la boca pequeña reafirmando su voluntad pactista y de reforma. El triunfo de Feijóo, por su parte, ha supuesto un importante espaldarazo para Mariano Rajoy ante la eventualidad de unas terceras elecciones. La debilidad del PSOE no hace sino acrecentar la presión sobre Pedro Sánchez.

De este modo se ratifica la preponderancia de la economía. Con el país en franca recuperación las tasas de crecimiento se mantienen todavía por encima del 3% anual , la preocupación del ciudadano medio vuelve a ser la vida diaria. Y el miedo a un nuevo crash a causa de malas decisiones políticas adquiere de nuevo protagonismo. El voto por la estabilidad es la consecuencia de la recuperación económica tras una década de sangría laboral y financiera. El doble enigma español se sustancia ahora en el futuro del PSOE sin duda, el partido central de la democracia española desde la Constitución del 78 y la continua tensión territorial en Cataluña, a pesar de que la celebración de la Diada no cumpliese con las expectativas del soberanismo. En cambio, el debate sobre una "segunda transición" parece quedar postergado. Es posible que Europa mire con asombro la incapacidad de nuestros políticos a la hora de formar gobierno; pero lo cierto es que, creciendo al 3% y con el riesgo podemita a la baja, España ya no constituye el problema de Europa.

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