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Antonio Papell

La derecha se recompone, la izquierda no

Ayer, el periodista Antonio Navalón publicaba en la sección de Internacional de su periódico un artículo sobre la emergencia del populismo en América, en este fin de ciclo que representa la marcha de Obama de la presidencia USA. Y el autor de dicho trabajo periodístico deslizaba unas frases de validez universal que vienen muy a cuento en la España de aquí y de ahora: "No se puede condenar a los populismos y, al mismo tiempo, convivir con la lacra de la corrupción, creyendo que esa enfermedad mortal para la democracia se va a solucionar solo con articular nuevas leyes o con declaraciones heroicas".

Lo cierto es que en nuestro país la gran corrupción -esa corrupción transversal y repulsiva que todo lo ha contaminado y que ha quedado al desnudo con el caso de las tarjetas black que ayer se residenciaba por fin plásticamente en una sala de vistas- ha provocado una gran conmoción en el sistema de partidos: el viejo bipartidismo ha dado paso a un sistema cuatripartito gracias al surgimiento de un nuevo partido centrista y liberal y a la irrupción de un movimiento populista, aun sin perfilar del todo ideológicamente pero desde luego capaz de aglutinar gran parte de los sentimientos y del las reflexiones de protesta de la sociedad civil ante un modelo político agotado, que ha sido incapaz de gestionar con equidad la gran crisis económica, de reprimir y sancionar la corrupción, de dar ilusión a las nuevas generaciones y de asimilar los impulsos de cambio que, desde la tecnología a la política, van por delante de la evolución de nuestros regímenes obsoletos.

Las elecciones del 20 de diciembre sugirieron que la ciudadanía había tomado grandes decisiones al respecto, de forma que ya nada podría ser igual en el futuro. El PP, que había gobernado con mayoría absoluta la legislatura anterior, ganaba las elecciones con una mayoría raquítica? que se incrementó de forma significativa el 26J? y que podría volver a aumentar si se celebrara una tercera consulta. La izquierda tradicional y populista, que hubieran podido gobernar tras el 20D con apoyo de la nueva formación centrista, fueron incapaces de formalizar un acuerdo, lo que tras el 26J, que supuso un avance del PP, dio paso a la emergencia de una propuesta conservadora encabezada por los populares con 170 diputados detrás. Y en esta tesitura estábamos cuando las elecciones vasca y gallega han dado un espaldarazo, material y moral, al PP, han hundido al PSOE y han consolidado, aunque con cierta ambigüedad en el tono, a Podemos.

Los movimientos de esta semana serán intensos y no tiene demasiado sentido hacer cábalas sobre lo que resolverá internamente el PSOE -el delirio de algunos caracterizados actores de la formación socialista no parece tener límites- ni sobre si saldrá adelante un gobierno alternativo, se impondrá Rajoy o habrá nuevas elecciones. Lo más cierto es que, tras la gran conmoción política, la derecha se está reconstituyendo -tras las autonómicas, hay dudas sobre la solidez de Ciudadanos-, la izquierda ahonda en su fractura y el populismo se afianza, parece que definitivamente, sin que se conozcan todavía su grandes líneas de avance. La paradoja es, pues, un hecho: la crisis del PP evoluciona de tal modo que la derecha se recupera en tanto la izquierda genera una insoluble división entre dos opciones irreconciliables entre sí, lo que asegura a medio y largo plazo la hegemonía perpetua de los conservadores. Si la estrategia fuera intencionada, sería sencillamente magistral.

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