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Vivir entre espejismos

Afirmaba el poeta Benjamín Prado que mentir hace que la verdad no duela y, sin embargo, hipocresías varias e interesados disimulos de los jerifaltes que nos han tocado en suerte, han conseguido que añoremos esos aguijonazos de dolor, necesarios si hay que buscarles pronto remedio más allá de los consabidos paños calientes.

Quienes creímos que el advenimiento de la democracia en este país haría posible transversalizar la información, decidir desde la objetividad y con prioridades basadas en la transparencia, hemos pasado de la incredulidad a la frustración tras constatar una y mil veces que la organización política, desde las urnas a las poltronas, es mera tapadera que encubre una estructura paralela de corrupción y amiguismos donde la ciudadanía ocupa, excepto por la financiación a sus expensas del tinglado, un lugar secundario. O terciario si consideramos el poder económico en primer lugar y manipulando un segundo nivel, éste político. Es a mi entender una verdad sin vuelta de hoja y repetida hasta la saciedad, si bien, por lo comprobado hasta aquí, con nula repercusión como revelan en toda su crudeza las repetidas citas electorales en el último año.

La creciente indignación, no ha allanado el camino a modos distintos. Las élites económicas siguen imponiendo sus reglas, propiciando el arribismo y la intrahistoria sólo se publicita como afeite de una deriva para los beneficiarios de costumbre: el gran capital y, a menor escala, esos que se blindan los bolsillos para el futuro con base en dar cuatro pinceladas a nuestro presente y que, en los últimos tiempos, perciben sus emolumentos sólo por defender, a tiempo completo y sin el menor pudor, el propio estatus y el de sus camarillas. Las elecciones, ninguna de ellas, propicia una realidad distinta porque la voluntad de los votantes se subordinará al posibilismo de los mandamases y al cálculo de los réditos políticos o dinerarios que pueda implicar cualquier decisión, aunque los discursos se tiñan de una demagogia destinada únicamente a enmascarar sus inconfesables apetencias. Así, las "medidas urgentes" suelen estar siempre en labios de la oposición, mientras que para quienes tienen la vara de medir, la "voluntad mayoritaria" (nunca cuantificada frente a problemas concretos) refrendará sistemáticamente su propio quehacer cuando no la más cómoda holganza.

Las actitudes se escenifican, los comportamientos se ocultan y eso de que el poder se ejerce con la legitimidad que le han conferido los votantes, no pasa en estos tiempos de engañifa una vez que el bipartidismo se ha ido al traste, los pactos se ultiman entre bambalinas y ningún Gobierno de entre los posibles puede, en buena ley, arrogarse una representatividad mayoritaria porque el resultado de sus tejemanejes, cualesquiera que sean, no han sido sometidos a beneplácito alguno más allá de sus despachos. En semejante contexto, no cabe esperar que quienes gobiernen, emergidos de entre la confusión, estén en condiciones de trasmitir serenidad y confianza en un hipotético buen hacer que ha nacido, como bien sabemos, de la avidez y el adanismo.

Se viene hablando de la contención del gasto suprimiendo instituciones inútiles para el diagnóstico y tratamiento de los achaques sociales: Senado, Diputaciones? No obstante, vienen de antiguo y, hasta ahora, ¿qué? Se han construido edificios despampanantes mientras decenas de propiedad pública están abandonados; se quiere mejorar la sanidad pública aunque la inversión en investigación sea para llorar, el CSIC bajo mínimos y, en cuanto a educación, mejorarla no pasa únicamente, a mi entender, por cambiar la ley en cada legislatura. Cabe señalar sin embargo que las incompetencias trascienden nuestras fronteras si hemos de atenernos a los resultados de las reuniones internacionales para aliviar el hambre o arbitrar medidas eficaces para la inmigración; temas que, como es obvio, merecen capítulo aparte.

En cualquier caso, situaciones tantas que hacen imposible el listado, pero la punta del iceberg es suficiente para evidenciar que, siquiera entre nuestro prohombres, las decisiones no se toman tras concienzudo análisis de las alternativas, sino eliminando éstas, lo cual valdría también para los opositores. Las convicciones de todos ellos son impermeables y, en tal tesitura, poco importan las papeletas, sean cuatrienales o cuatrimestrales, porque estamos abocados a hacernos la senda entre espejismos que, por repetidos, hace años que perdieron el atractivo que pudieran tener cuando novedosos.

¿Cinismo? Es posible, pero no ha surgido por arte de magia la aprensión hacia unas fuerzas políticas que, por citar a Arendt, siguen siendo pura insania, de modo que, puestos a fracasar en nuestras expectativas, por lo menos hacerlo sin sentirnos devorados por los artífices de tanto despropósito. Habremos de relativizar su importancia en el propio devenir aunque no siempre sea posible, sobrevivir con una sonrisa pese a ellos y, si me permiten el consejo, no apelar al manido "que los zurzan". Sobre todo porque, tras las zetas, ya no hay más consonantes a las que recurrir.

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