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Jose Jaume

PSOE, hoy como ayer sus males no tienen remedio

La historia más que centenaria del PSOE lo es también de una constante refriega interna, que, en concretas ocasiones, se ha parecido en demasía...

La historia más que centenaria del PSOE lo es también de una constante refriega interna, que, en concretas ocasiones, se ha parecido en demasía a una guerra civil incruenta, al contrario que las protagonizadas por los comunistas, en todo momento dispuestos a eliminar físicamente al adversario; la del partido socialista, cuando ha estado operativo, lo ha lastrado con enorme perjuicio para la izquierda española. La Federación Socialista de Madrid es el escaparate de las luchas intestinas de los socialistas: siempre, y siempre es siempre, han batallado con más furor contra los enemigos internos que contra la derecha. Lo aseveró Pablo Iglesias, el fundador, no el de Podemos, al que se le tambalea el pedestal de soberbia en el que permanece instalado, que lamentaba la incapacidad de los socialistas para acordar lo mínimo de lo imprescindible.

Lo más sangrante de aquel profundo desencuentro, que perdura, fue la neutralización de Indalecio Prieto por Largo Caballero en los estertores finales de la Segunda República. ¿Qué hubiera sucedido si tras el triunfo del Frente Popular, en febrero de 1936, el PSOE, como solicitaba Manuel Azaña y deseaba Prieto, hubiera entrado en el Gobierno? Lo impidió Largo Caballero, que había sido consejero de Estado durante la dictadura de Primo de Rivera (1923-1929), lo que generó un gabinete débil e incapaz de neutralizar eficazmente el golpe de Estado de julio de 1936 que desembocó en la Guerra Civil.

Largo Caballero, que controlaba férreamente la UGT, fue una calamidad histórica para el PSOE. No parece que se haya corregido el desafuero. En la Transición solo la inmensa fuerza que irradiaba Felipe González evitó que el partido se cuarteara en nuevas batallas internas. González, provisto de un carisma descomunal, llegó a la secretaría general antes de la muerte del dictador general Franco, desplazando a unos carbonizados dirigentes del llamado PSOE histórico, con Rodolfo Llopis a la cabeza; pudo bandearse, a pesar de que para forzar las cosas tuvo que dimitir a fin de que se eliminara del frontispicio del partido la definición marxista. Después vinieron los constantes enfrentamientos con Alfonso Guerra, hasta que, a mediados de los noventa, González se fue y con él Guerra, muy a su pesar, quien, salvada la distancia y lo acaecido en España, exhibió tanta irresponsabilidad y no menos demagogia que la manifestada por Largo Caballero en el período republicano.

El resto es conocido: el tándem imposible Almunia-Borrell; el ascenso de Rodríguez Zapatero; la imposible etapa de Rubalcaba y ahora Pedro Sánchez, a quien los dirigentes territoriales alineados con la andaluza Susana Díaz están breando a conciencia, con mucha más saña que la puesta en juego por los jerifaltes del PP, el partido "alfa", según algunos entusiastas, de las clases medias españolas, que con Rajoy avanza decidido hacia ninguna parte.

Pedro Sánchez es víctima de un placaje similar al que padeció Prieto. No se trata de establecer una imposible comparación entre ambos, sino de constatar que lo que se está haciendo con el actual secretario general del PSOE, con la connivencia de determinados medios de comunicación (véase El País de ayer), excede con mucho los límites de lo que debería ser legítimo en la vida interna de un partido. Algunos de los denominados "barones", como el extremeño Fernández Vara, pétreo en la defensa de la estructura autonómica que le posibilita seguir parasitando fondos públicos, están en posiciones tan cercanas a las de la derecha que buscan desesperadamente cerrar las puertas a un posible entendimiento de Sánchez con los nacionalistas. Aducen la imposibilidad de pactar con quienes quieren "romper España". El mismo discurso enarbolado por PP y Ciudadanos. Susana Díaz, el citado Fernández Vara, García Page y otros, acompañados por los jubilados Felipe González y Rodríguez Zapatero, se afanan en lograr la rendición de Sánchez, obligarle a facilitar a Mariano Rajoy la investidura. El PSOE entregando el gobierno de España a la derecha. Eso es lo que quiere el llamado PSOE del sur, donde todavía cosecha votos suficientes para hacerse valer. La fractura con el otro PSOE, el que se da cuenta de que se están yendo por el sumidero de la historia, parece irreversible. Otra vez el PSOE enfrentado a cara de perro al PSOE. Una vez más el PSOE se esteriliza consumiéndose en una tremebunda trifulca interna que solo conduce a acelerar su extinción.

La de los socialistas debe de ser una maldición bíblica, porque de lo contrario no se comprende que habiendo salido incinerados del gobierno en 2011, al plegarse Zapatero a las draconianas órdenes llegadas de Bruselas y Berlín, pugnen por acabar con el secretario general que, mal que bien, busca revertir la situación contando para ello con el desastre que los cuatro años, cinco ya, de Mariano Rajoy han legado a los españoles. Pero no, fiel al cainismo de su historia, de lo que se trata con absoluta prioridad es de deshacerse de Pedro Sánchez. No vamos aquí a hacer el elogio del secretario general, ni tan siquiera el presuntamente fúnebre; Sánchez posee notabilísimas carencias, pero fue elegido por los afiliados venciendo, con el inestimable respaldo de Susana Díaz, conviene no olvidarlo, al vasco Eduardo Madina, al que ahora en el sur ponderan como el taumaturgo que puede salvarlos del marasmo.

Todo eso sucede en el PSOE cuando España está asistiendo a uno de sus clásicos períodos de fin de régimen, tan reiterados a lo largo de su reciente historia, la de los dos últimos siglos. A estas alturas nos ahorramos la violencia, pero por lo demás la situación guarda tantas semejanzas con otras pretéritas que es innecesario resaltarlas, incluido, por una vez, el inexistente protagonismo del Rey. ¿Dónde está, por cierto, Felipe VI? Su padre, en sus mejores tiempos, a una situación como ésta le daría un desenlace muy distinto. En Zarzuela la cuestión se hubiera resuelto con un discreto y efectivo borboneo sin vulnerar una coma de la Constitución. Son otros tiempos: el desmediado PSOE no permite determinadas arquitecturas. Felipe VI no es Juan Carlos.

Los próximos episodios los viviremos celebradas las elecciones gallegas y vascas. El PSOE del sur reza por un descalabro de los suyos. El PSOE, hoy como ayer sin que sus males tengan remedio.

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