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JOrge Dezcallar

Cachemira, de nuevo

Asia es cualquier cosa menos un continente pacífico. Corea del Norte acaba de explotar otro ingenio nuclear, China tiene problemas con tibetanos y uygures, las tensiones tribales y fronterizas son constantes en Thailandia o Miammar, y en el Mar de China Meridional se enfrentan los intereses de Vietnam y Filipinas con los de China. Por no hablar de las dos Coreas o de desacuerdos entre Tokio y Beijing. Y ahora aflora de nuevo la tensión entre India y Pakistán a propósito de Cachemira. Ninguna disputa es ligera cuando afecta a gigantes: La India es un monstruo de 3,3 millones de kilómetros cuadrados y casi 1300 millones de habitantes, el segundo país por población y la séptima economía del mundo. Pakistán es más pequeño pero tiene la segunda población musulmana del mundo y es el único país musulmán que dispone de un arsenal atómico.

Lo que allí ocurre hoy es resultado de la colonización británica, que nos ha dejado otras joyas en Palestina, Sudáfrica o Zimbabue. Cuando acabó el Raj, Mohammed Alí Jinna creó Pakistán para dar cobijo a los millones de musulmanes que vivían en el subcontinente indio y esa decisión motivó la primera de las tres guerras que en medio siglo han librado indios y pakistaníes. En 1947 mediaron las Naciones Unidas, en 1965 lo hicieron los soviéticos, y en 1971 la derrota pakistana le desgajó Bangladesh. Y en este contexto de paces cogidas con alfileres irrumpió desde el principio el problema de Cachemira.

En 1947 Cachemira estaba regido por un maharajá hindú que reinaba sobre un pueblo que en su mayoría era de religión musulmana, algo parecido a lo que hoy ocurre en Bahrein donde el emir es sunnita y su pueblo chiíta. No son combinaciones afortunadas. Cuando se produjo la partición que tan bien cuentan Larry Collins y Dominique Lapierre en Esta noche la libertad, el maharajá trató de no tomar partido hasta que una revuelta tribal le hizo buscar el apoyo indio y con ello selló la suerte de su país. Ali Jinna no estuvo de acuerdo pues para él toda la lógica de la partición, y de la subsiguiente creación de Pakistán, residía en lograr comunidades de una misma fé y ese principio básico se rompía con la adscripción de Cachemira musulmana a una India mayoritariamente hinduísta. Las guerras posteriores han conducido al reparto de facto del territorio entre la India, Pakistán y China, que ha aprovechado para quedarse con la zona del norte. Todos descontentos.

Pronto surgieron grupos políticos separatistas y organizaciones terroristas que quieren integrar Cachemira en Pakistán y que operan con el apoyo más o menos disimulado de este país y, sobre todo, de su poderoso servicio de Inteligencia, el ISI, que está dominado el ejército y no por el poder civil. Es el mismo ISI que un día manipula a los talibanes y otro día "no se entera" de que tenía al mismo Osama Bin Laden viviendo en Abbottabad, a un paso de la academia militar pakistaní, hasta que una operación de los Navy Seals americanos acabó con su vida en el décimo aniversario del 11S. Es difícil creer que lo ignoraban. En Cachemira operan un par de organizaciones terroristas como Jais-e-Mohammed y, sobre todo, Lashkar-eTaiba que en el último decenio han llevado a cabo atentados muy cruentos y espectaculares como contra el Parlamento de Nueva Delhi, en 2001, o un hotel en Mumbai en 2009 que causó 160 muertos. Hasta hoy unas 90.000 personas han fallecido en Cachemira entre atentados terroristas y operaciones militares.

Ante estos ataques la India reacciona con represión en forma de detenciones, cierre de periódicos, cortes de internet, toques de queda y otras medidas que disminuyen su popularidad en la región, que es lo que los separatistas desean, igual que nutren sus filas del malestar económico, de las promesas incumplidas y de una tasa de desempleo (5,3%) que es modesta pero que es superior a la existente en las regiones vecinas. Nueva Delhi también lleva a cabo ejecuciones, como la de Afzal Guru, en 2013, acusado de ser el cerebro del ataque al Parlamento y convertido desde entonces en héroe de la resistencia, mientras otros líderes separatistas mueren en combate, como hace unas semanas le ha ocurrido a Burhan Wani. No es sorprendente que los indios no crean las afirmaciones de inocencia de las autoridades de Pakistán cuando su primer ministro Nawaz Sharif le ha calificado de "mártir" y ha decretado un día de luto por su muerte.

La repetición de ataques terroristas hacen que la tensión entre ambos países esté subiendo de nuevo y los ministros de Exteriores y de Interior de la India acaban de acusar a terroristas pakistaníes de estar detrás de atentados contra una base aérea y también contra el consulado indio en Mazar-e-Sharif (Afganistán). Este nacionalismo musulmán está provocando una reacción nacionalista hindú y el primer ministro Modi habla de abolir el artículo 370 de la Constitución india que consagra la autonomía de Cachemira, donde tiene desplegados 600.000 soldados. También quiere construir colonias donde asentar a los militares retirados, al estilo de lo que hacía el imperio romano, en un intento de poblar Cachemira con hindúes y reducir la mayoría musulmana. Si lo hace la situación, que ya es muy tensa, puede explotar.

Son noticias poco tranquilizadoras pues no hay que olvidar que ambos países son potencias nucleares y que la estabilidad de todo el sur de Asia depende de ellos. Esperemos que la sensatez se imponga y no llegue la sangre al río.

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