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Antonio Papell

Europa, tras el 'brexit'

Tras el discurso sobre el estado de la UE pronunciado por Juncker el miércoles, hoy tiene lugar en Bratislava una cumbre europea, la segunda que se celebra sin la asistencia de Londres tras el Brexit, y aunque los 27 no han querido crear demasiadas expectativas, el encuentro se ha preparado con rigor porque, más que hablar de la separación, se pretende definir el rumbo que ha de emprender la Unión una vez consumada la defección del Reino Unido.

Andrés Ortega, de la Fundación Elcano, nieto de José Ortega y Gasset, ha publicado recientemente Europeos, a las cosas, un trabajo que evoca aquella conocida apelación del filósofo a los argentinos: "¡Argentinos! ¡A las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal?".

La sugerencia del filósofo español viene perfectamente a cuento del descrédito que ha acumulado el rancio europeísmo, que gran parte de la sociedad del continente identifica con la proliferación de ideas inconsistentes, con la burocracia crónica, con la ineficiencia y la incompetencia. Se trataría, en fin, de olvidar los nominalismos, de dejar de cavilar sobre la idea profunda de Europa, sobre el marco federal o confederal que habría que instalar, para emprender una labor más eficaz de generación de programas y proyectos que se demuestren pragmáticamente valiosos a la hora de ponderar el rendimiento de la pertenencia europea en términos de felicidad y bienestar. Los europeos deben gozar de su identidad por el procedimiento de beneficiarse de ella, de observar como mejoran las cosas gracias a los impulsos, las sinergias y las economías de escala que manan de Bruselas. Ortega (el articulista) menciona una frase pertinente de Hubert Védrine, exministro francés de Exteriores y gran europeísta: "Para salvar el proyecto europeo, hay que salvarlo del dogma europeísta".

En definitiva, los 27 tienen la obligación en Bratislava de centrarse en los problemas reales de sus países: concretamente, el descenso de las clases medias ocasionado por la gran crisis económica que irrumpe en 2008 y por determinados efectos de la globalización, que deben ser "domesticados", como dice Stiglitz para dar a entender que no hay que reaccionar con más proteccionismo y más barreras comerciales sino con inteligencia selectiva. "El riesgo de un regreso a un 'momento 1913' de decepción colectiva, por no hablar de 'momento 1933', aunque sea sin las guerras posteriores, es real", escribe Ortega. Otros asuntos pendientes y urgentes serían el reforzamiento de la seguridad, sobre todo frente al terrorismo, y la mejora de las instituciones europeas y de las democracias estatales. En el caso de España, esto último es si cabe más urgente que aquello.

La otra gran cuestión que debería surgir con ímpetu en Bratislava es la conquista del crecimiento económico, tras años de atonía. El Plan Juncker debe ser ampliado generosamente, según lo anunciado por el propio presidetne de la Comisión, y los países más ricos habrían de revisar su ortodoxia fiscal, insostenible para el resto y contradictoria con las políticas de EE UU, keynesianas, que tan buen resultado están dando; tendría que emprenderse un vasto plan contra el desempleo estructural en el Sur, al tiempo que se reconsidera íntegramente el presupuesto de la UE, al que hay que liberar de algunos de los mayores anacronismos de la política agraria? Hay, en fin, mucho por hacer, y hay que adquirir el necesario ímpetu para ejecutarlo.

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