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Llorenç Riera

La basura es elemento político y económico

No había forma humana de bajar los costes de la incineración si se cerraba algún horno de Son Reus o se prescindía de la importación de residuos procedentes de Italia e Irlanda. Hemos pasado años viviendo bajo la contundencia de esta gran verdad que no era tal, porque ahora se desmorona con una sencillez asombrosa. Bastaba con modificar las variables del modelo de gestión y, eso sí, dejarse empujar por el aluvión de turistas que está copando Mallorca este verano. A más visitantes, mayores deshechos y por tanto menores costes de eliminación. La maquinaria, una vez puesta en funcionamiento, trabaja a destajo por si sola.

Nos tenían engañados. Convencidos de que los residuos sólidos urbanos son un lastre de las sociedades consumistas y acomodadas, una muestra de su escasa sensibilidad, la exhibición de su olvido del aprovechamiento y un inmenso problema medioambiental, apenas habíamos reparado en que también constituyen un elemento económico y un instrumento político que puede ser usado a merced de intereses que no siempre son compatibles con el servicio público.

Ayer quemar basura a destajo para no pagar más era inevitable. Hoy, reducir costes es posible si se aplican nuevos criterios vinculados a la disminución de los costes de instalación y mantenimiento, si se avanza en el control minucioso de la gestión diaria y se permanece ajustado al IPC. Con estos elementos, el departamento de Medio Ambiente del Consell llega a la conclusión de que la tarifa por tonelada incinerada que se cobra a los ayuntamientos puede experimentar una reducción de 4 euros en 2017. Tirme, la empresa concesionaria, ya ha introducido estas variables en la propuesta de precios que hace cada mes de agosto. También se aspira a reducir las tarifas de eliminación de lodos de depuradora y residuos cárnicos. Si se bajan costes a los ayuntamientos cabe albergar esperanzas de que el recibo domiciliario también experimente algún alivio, por lo menos en el concepto de tasa por incineración.

"Estamos pagando una previsión mal hecha con un sistema de eliminación sobredimensionado", asevera Sandra Espeja, la consellera insular de Medio Ambiente. Entendemos con ello que todavía quedan muchas cosas por corregir y que hay que avanzar a un ritmo superior al actual en cuanto al reciclaje, porque reutilizar las cosas es de sentido común, está en consonancia con el entorno natural y también reduce costes de incineración.

Algunos municipios son modélicos en el progreso del reciclaje, caso de Esporles o Puigpunyent que logran transformar, respectivamente, el 74 y el 61% de sus basuras, pero las principales urbes de la isla están lejos de los porcentajes aceptables. Palma y Manacor solo reciclan el 12% de lo que remiten a los contenedores. Con todo ello, la media de reciclaje se sitúa en la isla en el 14,15%, pese a lo cual se mantiene la previsión de alcanzar el 50% en 2020. Entre otras cosas, porque lo impone la Unión Europea.Queda mucho por hacer. El Consell confía en los ayuntamientos.

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