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Norberto Alcover

De Salinas a Taltavull, pasando por Dolç

Pues bien, cuanto esperábamos que sucediera, sucedió en un fin de semana tenso y un tanto pesante. Javier Salinas, tras algunas imprudencias pero sobre todo una furiosa caza al hombre, que me ha llenado de vergüenza y no menos desolación profesional, ha marchado a su nuevo destino. Le deseo una feliz estancia en esa mediterránea Valencia, que le restituya la paz y la serenidad que desaparecieron en los meses recientes. Como siempre, Dios tiene la última palabra, porque los creyentes sabemos muy bien que las palabras humanas están llenas de venganza y, en ocasiones, hasta de hipocresía: descargamos sobre el otro lo que somos incapaces de soportar sobre nuestros propios hombros. Repito, Dios tiene la última palabra, sin que esta realidad elimine para nada nuestra responsabilidad como tampoco nuestro derecho a la esperanza. En todo caso, agradezco a don Javier la confianza que tuvo conmigo, a la que intenté responder lo mejor que supe? y pude. Y en ese "pude" integro cierto sentido de miedo escénico que en ocasiones nos domina. Es la verdad. Y no es cristiano.

Casi al mismo tiempo de la despedida catedralicia, con más de 180 sacerdotes concelebrantes y dos tercios del templo ocupado por fieles de verdad, todos un tanto compungidos ante lo que estaba sucediendo, casi al mismo tiempo, Sebastián Taltavull, en calidad de administrador apostólico, no meramente diocesano, tomaba posesión de su responsabilidad al frente de la diócesis mallorquina. Nada conozco del sucesor de don Javier, salvo opiniones de amigos comunes, en general excelentes y laudatorias como persona y como sacerdote. Más humano, con la cercanía del buen Pastor y con la sólida formación, todo lo cual se ha plasmado en una tarea sacerdotal y episcopal vinculada a la catequesis, cada vez más necesaria y compleja. Sus primeras manifestaciones en Lluc, en realidad una síntesis de intenciones, son plausibles por realistas y evangelizadoras, dos cualidades que están sobre el tapete eclesial desde que Francisco es sucesor de Pedro. Le deseo lo mejor, pero de forma especial que pongamos nuestra confianza en su gestión y no caigamos en la penuria de complicarle las cosas. Todo egoísmo individual debiera subordinarse al bien colectivo de esta diócesis un tanto golpeada por diferentes demonios. Ni mayores ni peores que en otros lugares, pero, probablemente demasiados a la vez. El futuro es de todos. Como la Iglesia también es de todos.

Pero entre ambos acontecimientos, el sábado 10 por la tarde, concelebraba la eucaristía en la que tomaba posesión Antonio Dolç como párroco de Santa Eulàlia. Y esta situación me llenaba de una alegría inesperada: ante mí, la Iglesia de Mallorca emergía en su objetividad más institucional mucho más que en su posible pecado, porque emergía en su permanencia, en su continuidad, en su disposición a la evangelización comprometida. Excelente homilía de quien presidía la celebración, el arcipreste Antonio Gómez, párroco de San Miguel, que además resultaba un sólido texto literario en torno a las obligaciones que recaerían sobre el nuevo párroco. Seríamos una veintena de sacerdotes, hermanos en la corresponsabilidad, lo que jamás debiéramos olvidar. Cuando cerraba los ojos en el altar, sentía lo mismo que decía sentir Pedro Arrupe al contemplar Roma: la mirada del señor sobre la Iglesia peregrina, santa y pecadora? pero siempre presente en medio de dificultades, contradicciones y oscuridades históricas. Todo vivido en el colmo de mi propia humanidad, de mi ser mallorquín más, miembro del pueblo de Dios isleño, ciudadano entre los demás ciudadanos, y por lo tanto responsable de templos y de calles.

De Salinas a Taltavull, pero pasando por Dolç, que tal vez fuera lo más relevante. No ceder a la acritud es mejor que convertirse en estatuas de sal, pero tampoco ceder a un optimismo exacerbado, porque el misterio de Dios sucede en el silencio de las horas. Sólido en su paciencia. Eficaz en su aparente lentitud. Siempre sorprendente.

La Iglesia de Mallorca ha sido citada a momentos urgidos de espíritus fuertes y valientes. Es una cita sin escapatoria. Hombres como Taltavull pero también como Dolç nos permiten mirar hacia delante con sobrada esperanza. La necesitamos.

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