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Joaquín Rábago

Peligrosa alternativa

Se han interpretado los resultados de las elecciones en un land que perteneció a la antigua Alemania comunista, con el importante avance de la extrema derecha, como un fracaso personal de la canciller Angela Merkel. Y lo es. Con su política inicial de puertas abiertas para los refugiados sirios, contestada prácticamente desde el principio por todos sus socios europeos, la mujer más poderosa de Europa ha visto los límites de su poder.

La popularidad de quien hasta hace un año muchos llamaban todavía cariñosamente mutti (mamá) por la seguridad que transmitía a sus conciudadanos, se ha tornado en muchos casos en ira popular. Rabia que no cabe atribuir tan sólo a lo que muchos ven como la insensata obstinación de la dirigente cristianodemócrata en convencer a sus compatriotas de que la integración de varios cientos de miles de refugiados es sólo cuestión de proponérselo.

Hay otros factores en juego en lo que, más que la preferencia por un programa político el de Alternativa para Alemania, desde el domingo, segundo de ese land, por delante de la CDU de Merkel, cabe interpretar como un voto de protesta contra el establishment político. Protesta por las consecuencias de una globalización cada vez más injusta y que ha demostrado traer sólo beneficios para los menos mientras generaba más desigualdad y zozobra para la mayoría.

Muchos ciudadanos no entienden que el ministro alemán de Finanzas se dedique a presumir de superávit presupuestario mientras se deterioran infraestructuras y empeoran servicios que tendrán que compartir en adelante con los recién llegados. Como el Frente Nacional de Marine le Pen y otros partidos de extrema derecha populista, Alternativa para Alemania es maestra en pescar en río revuelto, ofreciendo soluciones simples a problemas complejos. Es la clave de su éxito creciente. Es fácil encontrar chivos expiatorios entre los más débiles, sobre todo si proceden de una cultura que nos resulta en tantos aspectos ajena, que pararse a reflexionar sobre las causas endógenas y exógenas de una situación que no deja de agravarse. Causas como son un sistema fiscal que favorece a las rentas del capital mientras penaliza a las del trabajo o la excesiva tolerancia de unos paraísos fiscales donde individuos y empresas pueden evadir esos impuestos que tanto necesita para su mantenimiento el Estado de bienestar.

Y por lo que se refiere a los refugiados, ¿quién se atreve a exigir responsabilidades a Washington y sus demasiado fieles aliados por sus insensatas intervenciones militares o su apoyo a regímenes corruptos y teocráticos volcados en propagar la versión más fanática del Islam? ¿Quién culpa a nuestros gobiernos de alimentar con sus exportaciones de armas conflictos étnicos o religiosos que benefician a unos pocos individuos carentes de todo escrúpulo mientras generan destrucción y miseria para la mayoría?

Efectivamente es mucho más fácil decirles a unos ciudadanos que ven con ansiedad cómo todo lo que parecía hasta ahora seguro se desmorona a su alrededor que la culpa la tienen otros: quienes llaman a las puertas de Europa sin que nadie, si no es la canciller en un ataque de hibris moral, los haya invitado.

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