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Teresa de Calcuta: otra Santa de milagro

Como quizá no sepan algunos (yo he debido hurgar en la Wikipedia), para beato se precisa de un milagro y habrán de ser dos en caso de santidad aunque, visto cómo se descubren, tampoco habría problema de requerirse media docena y es que, una vez designado alguien para el marchamo celestial, lo sobrenatural a su paso por la tierra es coser y cantar. Por aquello de que es preciso inventar cuando la necesidad acucia.

Las verdades se descubren mientras que las mentiras se construyen, dijo alguien en una ocasión. Y que ni pintada la frase para lo que sigue. También convendrá echar la vista atrás para demostrar que llueve sobre mojado y los prodigios atribuidos a la próxima santa (vaya desde aquí el testimonio de mi admiración por su dedicación terrenal a los desfavorecidos), son un par más, y no los más sorprendentes, entre los que han jalonado la trayectoria de otros: desde Vicente Ferrer, por remontarnos al siglo XV, a los recientes que fue preciso maquillar para allanar el camino a Eugenio Pacelli, también conocido como Pío XII.

Respecto al primero, se trató de milagros sin vuelta de hoja y no, como ha venido sucediendo después, traídos por los pelos. En el pueblo de Morella, una devota madre le dio de comer, guisado, a su hijo de seis meses, aunque Ferrer, por suerte para el retoño, advirtió al poco el dislate ¿por sabor?, ¿textura? y lo resucitó. Nada extraordinario, porque también detuvo en el aire a un albañil caído desde un andamio y allí lo mantuvo hasta que el obispo autorizó su aterrizaje suave. Esos son portentos, ya digo, y no los de estos últimos años, investigados retrospectivamente, faltos de detalle y conocidos tras la muerte de los autores porque no queda otro remedio si hay que subirlos al altar, lo que induce a pensar que el filósofo Kolakowski no iba errado cuando aconsejó sospechar de las afirmaciones sorprendentes si coinciden con los intereses; en estos casos, los de la Congregación de la Causa de los Santos, encargada de confirmar prodigios para que el Papa de turno pueda obrar en consecuencia.

En cuanto a Pío XII ya glosé su figura cuando fue nominado, hace unos años, su trayectoria en este mundo se caracterizó por comportamientos cuando menos dudosos (firmó un concordato con Von Papen, en 1933, para la buena sintonía entre el Vaticano y la Alemania nazi; elogios a Franco y sospechosos silencios con relación al Holocausto judío?), y la beatificación fue posible debido a que el marido de una enferma se dio a rezar a la imagen de una foto que Juan XXIII le mostró en sueños y descubrió más tarde ser la de Pacelli. Como es obvio, el suceso habría sido imposible en tiempos de Ferrer dado que el inventor de la fotografía aún estaba por nacer, lo que demuestra cómo, incluso los milagros, precisan en estos tiempos que nos ha tocado vivir de más técnica o, por decirlo de otro modo, que en cada época se hacen con lo que hay. Así, no sería de extrañar que en un futuro, la fibra óptica, ingeniería genética o el Bosón de Higgs (lo que quiera que sea), se incorporen a los portentos que nos esperan.

Pero vayamos de una vez a la madre Teresa así se la conoce y la alquimia mental que hará posible esa trasmutación en santa, prevista para hoy. En su caso, los dos aconteceres taumatúrgicos ocurrieron en forma de curaciones que dejaron a la ciencia y sus epígonos boquiabiertos: la de una mujer india, afecta de un tumor abdominal (no he podido averiguar su naturaleza y presumir qué podría haber logrado la ortodoxia médica) que desapareció tras poner a la paciente una medalla que había pertenecido a sor Teresa ¡madre santísima! y, en cuanto al segundo, el beneficiado fue un brasileño con problemas cerebrales (sin mayor precisión hasta donde sé) y cuyos familiares se dieron al rezo, en un calco de lo ocurrido con Pío XII.

A fuer de sincero, me siguen pareciendo más turbadores los milagros que se atribuyen a Ferrer y se diría que, últimamente, sólo las enfermedades son tributarias de sortilegios. Sin embargo, y por lo que se refiere a la prevista santidad de Teresa de Calcuta, nada que objetar más allá de examinar los milagros y ello por dos motivos: en primer lugar, aunque sólo sirviese para que no caiga en el olvido su sobrehumano esfuerzo, cabría dar por buena la decisión sin que fueran precisas curaciones excepcionales. Respecto a la segunda razón, no convendrá olvidar que el juzgar con sorna estas cuestiones entraña riesgos si hemos de creer lo que cuenta el novelista Sciascia nada sospechoso de deslices ultramundanos en su libro Todo modo. Cierto artista, mientras pintaba una virgen, se dio por opinar: "Cuando esta virgen haga milagros dijo a la modelo que inspiraba el lienzo a mí me saldrán cuernos". ¡Y le salieron! Desde que leí del suceso, pongo buen cuidado en no pronunciarme de forma contundente sobre según qué y, de hacerlo, me contemplo seguidamente en el espejo.

Hasta la presente columna no he notado cambio alguno, pero tras el punto y final volveré a comprobarme. No fuera a ser?

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