Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Norberto Alcover

Viaje a Cataluña

El taxista me dice que la cosa está que arde, y yo le respondo que más o menos, pero él insiste y me pregunta de dónde soy, si soy catalán o de otro lugar. Sonrío y añado que de otro lugar, pero español como él. Entonces salta para responderme con unas palabras semejantes: "Siempre con esta manía de los españoles? nosotros somos catalanes pero en absoluto españoles, ¿sabe usted?". Insisto en la sonrisa, me mira por el retrovisor como quien ha comprendido perfectamente el desliz profesional, y acaba por decirme que perdone pero que estas cosas le sacan de quicio. Llegamos al destino barcelonés, bajo del taxi, y le saludo al tiempo que le comento que, en los tiempos que corremos, hay que tener más cuidado con la clientela. Arranca rápido, Ramblas arriba, camino de Colón, con su dedo indicativo. En este sugestivo paseo barcelonés, cada día más multicultural y pintoresco, me pierdo entre la muchedumbre. Compro una botella de agua, sorbo un trago largo, me siento en un sillón fijo, y cierro los ojos bajo un sol de justicia. Son casi las doce y media de la mañana. Barcelona me acoge como siempre pero diferente, tan segura de sí misma. El dedo de Colón.

Pero estas líneas no pretenden ser en absoluto destructivas con Cataluña y su epicentro barcelonés. Sencillamente llego a la misma conclusión de siempre con los nacionalismos: acaban por imponer sus intenciones porque ni las ocultan ni ceden un milímetro. Los demás procuramos, en ocasiones, dialogar con ellos y ellos para nada pretenden dialogar con los demás. Lo tienen claro. Siempre son los demás quienes les humillan, les marginan, les censuran, cuando ellos podrían desvincularse de todos los demás sin dificultad alguna. Y como tienen perfectamente asumida esta idiosincrasia histórica, cultural y por supuesto política, nunca avanzamos en el intercambio de ofensas mutuas.

Porque nosotros también les ofendemos a ellos directa o indirectamente: ¿nos interesan de verdad los catalanes o han dejado de importarnos en base a su tozudez nacionalista? Es que muchos no lo son, está claro, pero quienes no lo son nunca proceden con la misma intensidad civil e ideológica. Ellos lo tienen clarísimo. Los demás regular. Y así, avanzan peones sin sosiego alguno. No lo censuro, solamente lo comento y percibo que también ha llegado un momento en que yo mismo le dedico muy poco tiempo a esta cuestión, como quien se siente ajeno a un asunto imposible de resolver políticamente. Es emocional. Es la pasión desbordada y desbordante por la tierra. Que no quita cierto dolor cuando me detengo a pensar sobre un futuro a medio plazo. Todo se andará.

Antes de Barcelona, había visitado Manresa y Montserrat. Y la percepción había sido la misma. Buenos amigos y amigas, sensatísimos en general, me hablaban con tal entusiasmo y convicción que uno llegaba a pensar que el equivocado era él, yo mismo. Rezan en el santuario entregados a la trascendencia con un rictus peculiar, como si la trascendencia fuera catalana, manresana, barcelonesa, y por supuesto montserratina. Al final, tuve que decirme que también yo había venido a rezar, más allá de otros complementos. Y percibí que la virgen morena me mira un tanto de través como exigiéndome que modificara mi actitud. Estaba en Cataluña. Estaba en Montserrat. Mucho más que Barcelona. Estaba claro. Pero tampoco me importaba de forma exagerada, como años atrás. Repito que todo estaba más claro que el agua. Y era inútil combatir contra lo irremediable.

Pero a su vez, Barcelona mantiene su estilazo de ciudad cosmopolita, a pesar de cuanto se diga. Incluso el márqueting de sus comercios alcanza una perfección llamativa. Son bellos en sí mismos, esos escaparates que tienen algo de francés de los ochenta. Es un gusto refinado, no improvisado en los últimos años. Hay poso en Barcelona. Hay amor a lo propio, a lo barcelonés, a lo catalán. Yo sigo percibiéndolo, como un olor a roble. Y tengo envidia. No me satisface su nacionalismo, pero comprendo que se impondrá. Me satisface su seguridad ante el futuro, su conciencia de victoria, su altivez un tanto payesa, tan de Plà, incluso de Pujol, aunque suene mal. Cuando te colocas en medio de plaza de Cataluña comprendes que las cosas son como son. Y no hay más lana que cardar.

Al volver a nuestra ciudad y repasar ejemplares atrasados de este diario, caigo en la cuenta de que el govern construirá dos nuevas residencias para mayores ante la falta de plazas. Y sonrío como sonreí ante el taxista: uno sumergido en meditaciones catalanas, y los abuelos aquí, en Mallorca es decir, tantos de nuestra generación, interrogantes ante el futuro que les aguarda. Y de los olímpicos tan ejemplares, una especie de condescendencia por la sencilla razón de que nos son ajenos, salvo las medallas de unos isleños maravillosos. La serpiente va por dentro. Y nos fastidia. También Mallorca es bella, como Cataluña. Y Palma es deliciosa como Barcelona. Lo propio. Lo de aquí. Lo nuestro. Esa serpiente?

Pero los viejitos no tienen donde caerse muertos. Lástima. El taxista, me olvidaba, era conquense.

Compartir el artículo

stats