La política templada que ha seguido el gobierno de Francina Armengol con el maltrato animal en general y, en particular, con los festejos bárbaros de Fornalutx es absolutamente ignominiosa, amén de conservadora y timorata. Lo mismo que el PSOE nacional con el Toro de la Vega. El PSIB, como fuerza política que pretende enarbolar, por no decir, monopolizar, el espectro de la política progresista en Baleares vive desde hace décadas en una terrible contradicción que resulta de confundir el citado progresismo con las tesis nacionalistas. Olvida que el fundamento de todo nacionalismo es la tradición, lo dado, lo que no se cuestiona y, sin embargo, ahí está cual fundamento firme. En efecto, ésta, inveterada, asumida acríticamente, es la que pretende dotar de legitimidad a todo proceso identitario. Y en la misma línea se sitúan las fiestas como expresiones de una identidad siempre pretendida, consista ésta en cruel barbarie o simple diversión. La tradición tiene poder legitimador. Se aferran a ella, cual mito fundacional creador de identidades, políticos, religiosos y demás. Basta con que haya pasado mucho tiempo o sea algo antiguo para consentir que debe seguir siendo así. Pero es éste un argumento falaz donde los haya: del hecho de que algo haya sido siempre así no se sigue que deba seguir siéndolo, si antaño hacíamos sangrías y exorcizábamos demonios, nada parece indicar que hoy debamos proseguir con esos menesteres. Si acaso, deberá continuar su existencia tras un proceso de revisión crítica que considere que así debe ser. El problema no es que se mantengan las tradiciones, sino que quienes pretenden mantenerlas se autodenominen sin más "progresistas". Ni el progresismo panfletario ni el tradicionalismo más conservador tienen carta alguna de naturaleza en el espacio público. La innovación, por el hecho de ser novedosa no tiene por qué aceptarse ni la costumbre acríticamente aceptada es garantía de nada.

El progresismo balear acaba acatando el peso de la tradición no se sabe en nombre de qué a la vez que mira hacia otro lado con el tema del sufrimiento animal. Pero no se engañen, el problema no es sólo el maltrato animal, que, por otra parte, no es un asunto menor. El gran mal del socialismo balear es que, a fuerza de defender una presunta identidad, ha perdido cualquier vestigio de identidad política. En la modernidad líquida, el PSIB se lleva la palma de la licuefacción, sino de su pronta liquidación. La historia viene de mucho antes y tiene que ver con un oxímoron: socialismo y autonomía. Dejemos las cosas claras, o se es socialista y hoy sólo cabe ser socialdemócrata o se es nacionalista, que es en lo que se ha traducido la pretendida autonomía. No hay término medio. Pero la socialdemocracia no se aviene ni con el nacionalismo ni con el tradicionalismo que consagra la barbarie, sino con el internacionalismo y el progresismo racional. La alianza ideológica con Més en temas de política lingüística y discurso identitario lo aleja de lo primero, el silencio ante la barbarie taurina lo sitúa a años luz de cualquier progresismo racionalista. El resultado es el citado oxímoron, es decir, un fraude, pues ni es socialismo ni es nada, sino una ideología progresivamente conservadora e irracional porque hasta la fecha ningún dirigente se ha esforzado en presentar ante la ciudadanía algún tipo de reflexión escrita sobre la praxis política que sigue. Ni está ni se la espera, el oficio de la pluma queda para comisarios políticos o asalariados pseudofuncionariales de pocas luces. El marxismo que no Marx ha sido un lastre para el socialismo español. Como bien argumentaba Ovejero (El País, 19 de abril de 2016) éste se ha maridado con determinadas posturas nacionalistas que han hecho de él una inmensa contradicción. En efecto, si Marx o si Jean Jaurés levantaran la cabeza en Mallorca seguro que la volverían a meter en la tumba; se legisla en nombre de la libertad y nos encontramos con una izquierda reaccionaria y terruñera, al final el mismo conservadurismo atávico de las políticas arancelarias pequeñoburguesas.

El progresismo no es mirar hacia políticas neorrománticas ni impositivas, sino dar elementos para el avance de las libertades desde un compromiso social. El resto es viejo socialismo marxistoide, porque si fuera marxista de verdad sería claramente internacionalista aunque tuviera pretensiones totalitarias y utópicas. El PSIB tiene un problema serio de definición ideológica que genera un habitus conservador: la presunta identidad y los hechos diferenciales basados en consensos atávicos son la prueba de cuán lejos se está de la idea rectora del socialismo: la libertad y el bienestar social, no la exclusión y la comodidad institucional que rápidamente se enrancia. Mientras sigamos en esa contradicción las cosas no cambiarán. Mientras se reivindique lo nostro el progreso social e intelectual queda en dique seco, porque una cosa es asumir el pasado y otra perpetuar la mitología sin querer despertar de sueño dogmático alguno aunque se contemple con los ojos bien abiertos la realidad circundante. De momento, en Fornalutx habrá sangre y barbarie con la connivencia del PSIB y sus políticas progresistas, esto sí es lo nostro. En nombre de la identidad, por no decir del populismo y la supervivencia política, aplastamos el espíritu liberador y racionalista que el socialismo prometía.

* Profesor de Filosofía