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Juan José Millas

Tierra de Nadie

Juan José Millás

Un negocio

Nada ejemplifica mejor la idea de la política como espectáculo (véase Guy Debord, con perdón) que la exigencia del PP, Ciudadanos y grupos mediáticos afines de que el PSOE colabore a la construcción de un gobierno al que inmediatamente tendrá que aplicarse a derribar. Es como pedirle a un médico que invente una enfermedad y su remedio, por este orden. No estoy seguro, pero creo que dicha práctica es habitual en el sector, ya que, si el número de patologías se estanca, el mercado de los medicamentos no crece. Pero si el número de medicamentos no crece, las industrias farmacéuticas reducen personal, dejan de dedicar recursos a la investigación y, en fin, se acaba el mundo. Y el mundo ya se acaba lo suficiente cada día para que aticemos el fuego con nuestra inconsciencia. Lo entendemos, pero nos extraña.

-¿No te das cuenta de que esto es un juego? le gritan a Sánchez. Si no juegas a darnos el poder, tampoco podrás jugar a quitárnoslo.

Si el líder del PSOE insiste en no jugar, lo tachan de aburrido, de aguafiestas, de cenizo y de antipatriota. Cuando de pequeños jugábamos a policías y ladrones, todo el mundo quería ser policía (era tendencia entonces, no sé ahora). Se imponía por tanto una negociación infantil de forma que algunos niños aceptaran ser ladrones para poder pasar la tarde del sábado.

-Ya os tocará a vosotros ser policías decían los afortunados a los ladrones de ficción.

Ya te tocará a ti ser gobierno, le dice Rajoy con paciencia infinita a Sánchez. Pero como Sánchez se resiste, le busca las vueltas. Lo de convocar las elecciones el día de Navidad, echándole a él la culpa, es un modo de fastidiarle que ya veremos en qué acaba.

Ese juego de gobierno y oposición, que llaman alternancia, fue el que condujo al 15 M a la conclusión de que no nos representaban. Intuíamos que era así, pero jamás pensamos que llegara a escenificarse con la claridad actual. El PSOE queda de este modo como el que rompe las reglas de un juego que no debería serlo. A menos que la política sea, como la industria farmacéutica, un negocio con el que algunos se forran.

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