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Un infierno en Mallorca

Ya casi está. Es la recta final. Tan sólo queda una semana siete días de nada para que termine agosto. Eso que tantos anhelando tranquilidad estamos deseando. Otro agosto de récords uno más que al menos ha servido para poner sobre la mesa el debate sobre si Balears sufre o no la masificación turística. Afortunadamente, nos hemos dado cuenta de que el paciente está enfermo. Cierto es que, cada verano, redes sociales y medios de comunicación la cogemos con algo y le damos vueltas a la perdiz hasta marearla. Pero, ¿qué quieren que les diga? Me alegro de que esta vez hayamos dado en el clavo. Y, a decir verdad, el debate empezó antes de que los periódicos necesitaran llenar sus páginas estivales y los informativos de radio y televisión buscaran temas para sus minutos en época de sequía informativa.

En favor del Govern hay que decir que lo planteó con la ecotasa o como le llamen ahora. Una selectividad para el turismo que vistos los resultados parece ser como la otra, la del acceso a la Universidad: no selecciona a nadie. Por eso no es de extrañar que el GOB de Menorca ya esté pidiendo que suban la tarifa, a ver si así alguien consigue ir a Macarella después de las 9 de la mañana sin tener que aparcar en es Mercadal. El nuevo impuesto tampoco ha disuadido a nadie de visitar Palma. A pesar de los esfuerzos del Ayuntamiento por llevar a los turistas a ver Son Gotleu y redistribuir a los cruceristas por la ciudad resulta que oh, sorpresa el centro de Palma está impracticable. Nada que no ocurra en otras grandes ciudades turísticas. Pero no habría que olvidar que a pesar de sus maravillas Palma no es Roma.

Otro asunto es cómo afecta la ecotasa al residente. Porque si uno necesita pernoctar en otra isla o municipio por cuestiones de trabajo también se ve obligado a pagar el Impuesto sobre Estancias Turísticas, aunque su estancia de turística tenga poco. Eso sin tener en cuenta que en un doble salto mortal con tirabuzón expertos en rizar el rizo como son nuestros políticos para rascarnos el bolsillo resulta que sobre la ecotasa aplican un 10 por ciento de IVA. Que una no es experta en tributos, pero sospecha que no se trata de ningún bien ni servicio. En fin, que al menos nos queda desear que el dinero recaudado se destine esta vez a depuradoras o a reparar la red de tuberías para evitar que perdamos tanta agua antes de que llegue al grifo de casa.

El gran reto es cómo regular el alquiler vacacional. De eso se dio cuenta hace tiempo el colega Barquero en estas mismas páginas. Y expertos como Juan Franch, que aseguran que todavía ningún responsable político se ha puesto en contacto con ellos para abordar este asunto. Aunque una tenga unos conocimientos muy limitados, el sentido común hace intuir que es querer poner puertas al campo limitar sus plazas sin interferir en la propiedad privada. Claro que habrá que esperar a finales de temporada para tener cifras "objetivas", que no recogen la oferta ilegal, pero la sensación subjetiva y ya lo advertía una el verano pasado es que empieza a haber demasiada gente.

El problema no son los 35 minutos que costaba hace unos días llegar desde el centro al aeropuerto sin ningún accidente o los retrasos sistemáticos en los vuelos a causa del tráfico aéreo. Ni siquiera tener que caminar media hora porque no se puede llegar en coche a una playa. Tampoco que sortear guiris sea el deporte por excelencia de quienes trabajan en el centro. Está muy bien que ofrezcamos bullicio y fiesta a quienes buscan eso siempre que no caigamos en sant antonis o magalufs. La cuestión es que es imposible conseguir un metro de arena para colocar la toalla en calas hasta hace pocos años vírgenes y solitarias. O comprar el pan o un litro de leche en una zona turística sin tener que hacer una hora de cola. Que nos preguntemos si nuestras carreteras, depuradoras u hospitales están o no saturados ante la presencia masiva de gente demuestra la gravedad del problema. Como si tuviéramos que esperar al colapso total para plantear el debate. Como si hiciera falta que el el enfermo esté en fase terminal para ponerle el termómetro.

Mallorca y el resto de islas han dejado de ser un paraíso para quienes buscan buscamos tranquilidad y unas vacaciones lejos de las aglomeraciones. Un lugar que ya no elegirían para desconectar. Si George Sand pensaba que "un invierno en Mallorca" era un auténtico infierno es porque no conoció estos últimos veranos. Lo sabemos quienes nos hemos visto obligados a buscar alternativas en Cerdeña o Croacia porque a pesar de vivir en un lugar increíble estamos superados por el agobio. Un proceso que se antoja irreversible, para el que no alcanzo a ver una solución. Al menos antes teníamos el consuelo de que las vacaciones de Navidad serían mejores. Ahora entre turrón y polvorón seremos otra vez llamados a acudir a las urnas. La fiesta de la democracia, ya saben.

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