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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Sí o no

El no suele tener mucho más prestigio que el sí. El no suena a valentía, coherencia, valores insobornables, denuncia, compromiso. El sí, en cambio, se asocia con la sumisión, la cobardía, la debilidad. En los años del franquismo, el gran Manuel Vázquez creó el personaje llamado Ángel Siseñor. El pobre Siseñor era el oficinista pelota y complaciente que se pasaba la vida diciendo que sí a todo el mundo. ¿Tiene usted cambio? "Sí, señor". ¿Puede usted acercarme en su coche a mi casa? "Sí, señor". ¿Tendría usted veinte duros? "Sí, señor". Por supuesto, el pobre Siseñor que era una especie de personaje de Gógol sometido a una maldición metafísica recibía el desprecio de todo el mundo. Pero si hubiera sido capaz de pasarse la vida diciendo que no, probablemente sería admirado y respetado. ¿Tiene usted cambio? "¡No!" Podría usted acercarme a mi casa. "¡No!" Esos gritos, esas negativas continuadas, harían de él un valiente, una persona libre, alguien que hacía lo que quería con su vida sin tener que dar explicaciones a nadie. Pero al pobre Ángel Siseñor le pasaba todo lo contrario: sólo sabía decir que sí. Y así le iba.

Es cierto que en determinadas circunstancias, por lo general excepcionales, el no es más difícil y exige un mayor sacrificio que el sí. Si te ofrecen una gran cantidad de dinero o incluso un pequeño beneficio por hacer una salvajada o por cometer una injusticia, por ejemplo; o si te niegas a obedecer una orden cruel; o si no aceptas algo que una mayoría de tus conciudadanos están dispuestos a hacer o a decir: en estos casos, el no exige una gran valentía y una gran responsabilidad. Hay una foto en la que se ve a cientos de trabajadores navales, en la Alemania de 1936, levantando el brazo el día que Hitler inauguraba un astillero. Pero en mitad del gentío había un hombre solitario con los brazos cruzados que se negaba a hacer justo lo que estaban haciendo todos los demás (y además lo hacía a la vista de todos, con lo cual estaba exponiéndose a las consecuencias). El no de este trabajador del astillero vale por miles y miles de síes, claro está. Pero en la vida diaria, en circunstancias normales, el sí es a menudo tan heroico como el no de aquel solitario trabajador naval. Me refiero a las relaciones con tu pareja, con tus hijos, con tu familia, con tus compañeros de trabajo. Lo fácil, casi siempre, es decir que no. En cambio, decir que sí implica predisposición a entender a los demás y a ponerse en su lugar. Implica aceptar que los demás también tienen sus razones y que quizá sus razones son tan poderosas como las nuestras. El no es un gesto vistoso que te puede dar fama de duro o de insobornable, pero en el fondo no es más que una pataleta adolescente o una excusa para escurrir el bulto. El sí, por el contrario, exige mucha más disponibilidad, más generosidad, más capacidad de atención y de escucha. Y en el fondo, el sí requiere mucho más amor a la vida que el no. Molly Bloom, en el monólogo final del Ulises, termina con un sí que suena como uno de los cantos más hermosos que se han compuesto jamás a la vida: "Y lo atraje hacia mí para que pudiera sentir mis senos todo perfume sí y su corazón golpeaba loco y sí yo dije quiero sí". Basta cambiar el sí por el no "no y su corazón golpeaba loco y no yo dije no quiero no" y la música grandiosa de una sinfonía se convierte en un aburrido hip-hop.

Pero a pesar de todo esto, el no sigue manteniendo un prestigio intelectual que nunca tiene el sí. Ser transgresor y pronunciarse siempre con un implacable sentido crítico (contra la injusticia, el machismo, el capitalismo, la burguesía, Occidente) te da una fama instantánea o una credibilidad que se le niega a la persona que no se muestra ni tan crítica ni tan negativa. Quien se atreva a decir que hay ciertas cosas que están bien en el mundo o en la sociedad, o en el capitalismo, o en la burguesía está perdido: es un cobarde, un vendido, un desgraciado Ángel Siseñor que sólo merece desprecio. Y supongo que todo esto explica el misterioso prestigio que entre nosotros tiene el no, el no reiterado, el no innegociable. En una situación política como la nuestra, el sí matizado, razonado, inteligente sería mucho más positivo que el no. Y acordar, negociar, pactar crear un sí conjunto que pudiera satisfacer de alguna manera a todos sería ahora mismo la única solución para salir de un callejón sin salida (y me refiero a todos los actores políticos, desde el PP a Podemos). Pero todo el mundo sigue anclado en sus noes, o en sus síes que en el fondo véanse los de Rajoy son un no diferido, aplazado, condicionado. Mal asunto.

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