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Antonio Tarabini

Historietas estivales (IV): La mafia, viva y coleando

No me refiero a la mafia instalada y operativa en nuestra comunidad. Aconsejo la lectura del libro Sicilia sense morts (2015) de Guillem Frontera, que puede complementarse con otras tales como Baleares S.A. (1996) y Paratges i personatges de "Balears S.A." (2005), ambos de Andreu Manresa. Mi historieta es la aproximación a la red mafiosa italiana donde se mezclaba (¿continúa mezclándose?) política, Vaticano y mafia.

Durante mi estancia en Roma, cada sábado mi menda iba a desayunar (un panino al prosciutto, un arancio, un capuchino) a un bar con un pequeño jardín exterior, adornado por una estatua en forma de un inmenso pie ubicado en la parte lateral del Palazzo Venezia. Por aquellas casualidades de la vida, en aquel bar, cercano a la sede de la DCI, tuve ocasión de conocer a Giulio Andreotti: democristiano, culto, vaticanista, cínico, maquiavélico, mafioso, amigo de sus amigos y enemigo mortal de sus enemigos, primer ministro múltiples veces y senador vitalicio. Un día, supongo que aburrido de verme, se me acercó y me pregunto quién era. Le interesaron, además de ser español y jesuita, mis estudios en la Gregoriana y de sociología. Le inquietaba la falta de libertades democráticas en España, pero también le inquietaba que el liderazgo de la oposición fuera ejercida por los comunistas, por muy eurocomunistas que se declarasen, y la escasa presencia de "su" democracia cristiana en el panorama político español. Le inquietaban las posibles interpretaciones del Vaticano II: cambios sí, pero controlados. No conseguí nunca que opinara sobre la mafia, se limitaba a sonreír.

Un día me presentó a un tal Matarella, mandatario relevante de la Democracia Italiana en Sicilia. Yo, ingenuo de mi, le pregunté por la existencia y relevancia de la mafia en Sicilia. Sonriente me dijo con acento claro que eso que vosotros, los extranjeros, llamáis mafia, es una reliquia del pasado, todavía viva en la Sicilia rural basada en el respeto y favores entre familias. Pero hoy, la Cosa Nostra, se ha adaptado a los nuevos tiempos. Sicilia era (y es) una isla abandonada de la mano de Dios (léase de Roma). Desde Roma destinan miles de millones de liras destinados a infraestructuras, equipamientos, y otras múltiples inversiones, con el objetivo de promover un desarrollo económico en la isla. La Cosa Nostra, aliada con el poder político (léase Democracia Cristiana) en la isla y en Roma, se convirtieron en los gestores de tales fondos y obras públicas. Matarella y cía, en Sicilia y Andreotti y cía, en Roma. Y les funcionaba perfectamente.

Pero la mafia comenzó a actuar fuera de control. Y Andreotti comenzó a variar su estrategia. El 6 de enero de 1980 Matarella, líder democristiano del Gobierno regional de Sicilia, aquel que me presentó Andreotti, murió ejecutado cuando entraba en su coche para ir a misa con su mujer y su hijo. Pretendía poner cierto orden en la Cosa Nostra. Tal asesinato constituyó un punto de inflexión en la vida de Andreotti. Intentó romper los lazos con Stefano Bontate, uno de los capos de la mafia. Fue perdiendo poder "que deteriora a quien no lo tiene", según una de sus más célebres frases pero seguía en los entornos de las instituciones. De hecho, no fue inculpado en ningún proceso por corrupción, pero fue sometido a varios juicios por complicidad, al máximo nivel, con la Mafia siciliana. Fue condenado en varios de ellos, pero no pasó un solo día en la cárcel. Sus poderosos amigos en Italia, el Vaticano o en las capitales del atlantismo, lo impidieron. Me reencontré con Andreotti en 1982. Había envejecido, pero no había cambiado.

Una breve alusión al Vaticano donde Andreotti nadaba como pez en el agua. Conocí a múltiples monseñores (no necesariamente cardenales). Cultos, cínicos, educados, mafiosos... El Papa Ratzinger dimitió por aburrimiento e impotencia en su intento de poner orden en el Vaticano, especialmente en el área financiera. El Papa Francisco sigue "bloqueado" en sus reformas. El Vaticano sigue siendo el Vaticano. Conocer y tratar a tal signoria quizás no fue un honor, pero tampoco un deshonor.

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