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José Carlos Llop

Usos del lenguaje

Vamos a ponernos tontos. No más que otros y no menos tampoco. Desde que se inauguró como cosa común en la vida pública el referirse a uno mismo en tercera persona -"el lendakari iba por la carretera" o "este conseller ha decidido", ya no digamos citarse con nombre y apellido como si se hablara de otro- no hemos vuelto a ser los mismos. Y cuando se remachó con aquello de ellos y ellas, vascos y vascas, ciudadanos y ciudadanas -curiosamente con el masculino, como el burro, casi siempre por delante-, todavía perdimos más. La cosa no había de parar ahí, pues para empeorar siempre hay tiempo: el lenguaje informático primero -maximizar, resetear, minimizar y otras abstrusas lindezas-, el económico después y el culinario para redondear la faena, nos han vuelto rematadamente cursis. Lo de las coletillas -lo hemos escrito aquí otras veces- es una enfermedad endémica: antes te invadían los "¿vale?", que son una impertinencia de tono ofensivo -escuela barcelonesa, por cierto- y aunque quien los emplea no es consciente de ello, debería saber que por cada "¿vale?" se pierden varios cientos de las neuronas que su interlocutor dedica a conservar la amistad mutua. Otra de las que se repite mucho últimamente es "¿qué parte de la frase no has entendido?". Esta es la repanocha, porque -obviando su vertiente reproche- es devastadora para quien la pronuncia, que no ve como se desmorona ante los ojos y oídos de quien la escucha. Hay más y a cual peor.

Pero dejemos las coletillas y vayamos a algunas de las palabras que te atizan actualmente como meteoritos sobre el cacumen, dejándolo turulato. Me vienen ahora tres de las que abundan aquí y allá y no paran y nos vuelven más estúpidos de lo que éramos antes, por si no bastara. Como si la plaga del "evento" por arriba y "evento" por abajo, "evento" por delante y "evento" por detrás no hubiera ya acabado con nuestros nervios. La primera es "empoderar" o su derivada "empoderamiento". No se compren una lupa ni un sonotone: "empoderar", un espanto. La RAE le da a la primera un significado descatalogado, pura anticualla, y, sobre todo, totalmente opuesto a su uso actual, pero la verán en titulares de prensa y la escucharán en entrevistas. Sobre todo con políticos, sociólogos y demás. En cuanto a empoderamiento ni la admite, y tampoco lo hace doña María Moliner. Y por recientes que sean ambos (malos) usos, no nos van a abandonar en una buena temporada.

La otra es nicho. "Un nicho de mercado" dicen los cursis -que ya son mayoría- y se quedan tan frescos. "Aquí tenemos un nicho de mercado" o "existe un nicho de mercado que hay que explotar". Es el asalto del lenguaje mortuorio -las célebres pompas fúnebres- al lenguaje cotidiano, con la excusa económica y el máster para directivos. Todos entienden a qué se refiere el que dice "un nicho de mercado". Pues yo, que ya he dicho que iba a ponerme tonto, no lo entiendo. Un nicho es un nicho: "concavidad donde se coloca a los muertos" y el conde Drácula es el conde Drácula y la pomposidad es la pomposidad. Sin más. Y luego está el complejo masterchef (programa que no he visto en mi vida, pero que me asalta desde otros medios) y sus consecuencias: la pretensión de hacer del lenguaje cocinero una filosofía refinada. Tremendo. La palabrita de las narices -la tercera- es "maridaje" y su verbo "maridar". La escucharán -si no la dicen ya- en restaurantes, tertulias y cenas de verano. Maridar, sí. Lo bien que marida o "proporcionan un maridaje excelente", toma ya. Ahora casamos e incluso unimos carnalmente -véase el diccionario de la RAE al respecto- cualquier cosa: eso es maridar. Creo que la Iglesia y todos los Departamentos de Igualdad deberían tomar cartas en el asunto. Y como siempre ocurre, que haya otras palabras -y encima originales, sin bastardía alguna- para referirse a lo mismo y de mejor manera -o de manera exacta-, es algo que a los que emplean empoderamiento, nicho o maridaje les importa un bledo. Ellos están al día. Aunque no sepan lo bien que estarían calladitos.

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