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1984 o 2016

Cuando en los años 50 leí el 1984, la novela de George Orwell, me sobrecogió su ambiente siniestro y sin esperanza. Pero, me dije, no es posible, esto es ciencia ficción; nunca ocurrirá. Somos jóvenes, tenemos un afán de libertad insuperable, la historia no puede retroceder a las tinieblas. No, no. Este relato de sátrapas y traiciones es una revancha de Orwell contra la tiranía soviética y contra la hipocresía de Stalin y Hitler por su pacto de no agresión en los días previos a la II Guerra Mundial. No es una predicción. No hay un ministerio que se dedique a cambiar la historia, a borrar las fotos de los que por decreto nunca existieron.

Poco a poco los acontecimientos nos iban dando la razón: Franco murió, el Muro se desintegró, la Unión Europea emergió al fin como fuerza integradora (a pesar de los ingleses), en la década de los 80 el mundo desarrollado se llenó de optimismo. Nos pareció que nuestra democracia, nuestras libertades podían alcanzar a todos y que nuestro deber era propagarlas hasta la felicidad completa del universo. Las sociedades tiranizadas del mundo soviético se desintegrarían (y se desintegraron) y las demás seguirían el paso.

Pero, amigo, de pronto se estrenó en televisión un programa repulsivo llamado Gran Hermano y debí sospechar que las cosas se iban a torcer. No se les ocurrió a sus autores nada mejor que hacer de sus cámaras un ojo omnisciente, como en 1984, que escrutara las vidas de los concursantes y expusiera sus más bajas degradaciones. Un éxito. No es posible que esté sucediendo, me dije: esta exposición pública de la miseria corresponde a un ministerio de la Paz orwelliano, no a un mundo democrático y libre de finales del siglo XX. No, me dije, esta tiranía soez solo podía pasar en el mundo ficticio de 1984. ¿Cómo va nadie a poder vigilarnos a todos por telepantallas? ¿Cómo va nadie a poder seguir y grabar nuestras conversaciones, nuestros pensamientos, nuestras emociones? ¿Un ordenador que lo graba todo? ¡Venga ya! Cosa de un futuro tan avanzado que Star Trek parecería una aventura para niños.

1984, tal como lo imaginó George Orwell, es una catástrofe imposible. No puede existir una tiranía global como la que propone: no hay fuerza suficiente para imponérnosla a todos. No tiene en cuenta a Nelson Mandela, a Angela Merkel, a Médicos sin Fronteras, a los okupas (aunque, tal como lo llevan ahora, me parezcan aberrantes), a los millones de turistas que van por el mundo de vacaciones, incluso borrachos.

Y sin embargo, ¿no mienten los políticos a diario? ¿No establecen ministerios de la Verdad como el del Interior que pretende nuestro ministro en funciones con sus leyes de la mordaza? ¿No fomentamos mendazmente desde Occidente primaveras árabes que acaban en desastre, silenciando a los que desean libertad, porque en el fondo, en Egipto, por poner un ejemplo, preferimos a un militar tiránico antes de que se respete la voluntad popular emitida libremente por muy islámica que sea? ¿O en Siria donde, después de acusar a su sanguinario líder de los peores crímenes en la guerra civil que ha acabado con su Primavera, nos aliamos con él para luchar contra un enemigo aún menos atractivo? ¿O no hay pateras y millones de refugiados huidos de la pobreza extrema y de las guerras que nosotros mismos hemos propiciado y no hemos querido detener? ¿No constituyen la fuerza de esclavos sin derechos a la que alude Orwell en su novela?

Los del primer mundo somos libres, sí, ¿pero a costa de cuantas cesiones? Globalización de la tiranía, no, pero aceptación de las tiranías y las masacres a nivel local, bueno, pues sí. Nos conviene.

En el fondo, me encantaría pertenecer a un gobierno que fuera consecuente con sus políticas declaradamente democráticas y de respeto de los derechos humanos. Solo así podríamos huir de la amenaza del 1984. Romperíamos entonces con Nicolás Maduro, nos pondríamos severos con La Habana y con Nicaragua, retiraríamos a nuestros embajadores en Guinea Ecuatorial, Corea del Norte y Turquía, interrumpiríamos nuestras relaciones con Arabia Saudí y con Kuwait, con Egipto, con Zimbabue y con la República Democrática del Congo y, probablemente, con Rusia. ¡Qué descanso! ¡Qué virtuosos nos sentiríamos!

¿Y el petróleo dónde lo compraríamos?

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