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Antonio Papell

Rajoy no teme unas nuevas elecciones

Rajoy dejó en claro varias cosas el pasado miércoles, cuando salió a la palestra a anunciar que la Comisión Ejecutiva Nacional del PP no había debatido las condiciones de Ciudadanos porque a él no le pareció pertinente aceptar tamaña humillación: primeramente, que no le ha pasado por la cabeza compartir el mando en un hipotético gobierno en minoría (no es lo mismo pasar, como pasó Aznar, de gobernar con mayoría relativa a hacerlo con mayoría absoluta que al contrario); en segundo lugar, que no teme en absoluto unas nuevas elecciones porque entiende el electorado volverá a su redil progresivamente en cuanto vaya viendo lo que ocurre cuando se priva al PP de la mayoría que Rajoy considera "natural".

Ayer, Rajoy y Rivera recompusieron para la galería una relación que realmente ya estaba rota antes de nacer. En el tono de ambos se ha percibido con más claridad que antes que su alianza circunstancial no se produce para intentar realmente la investidura de Rajoy, que está cada vez más lejana, sino para poder cargar sobre el PSOE las culpas de que no haya investidura de Rajoy. Rivera detesta a Rajoy porque su estrategia necesita el referente del antagonista para construir su propio relato regeneracionista; pero Rajoy detesta a Rivera todavía con más intensidad porque hurga en sus puntos débiles y exhibe ante el público conservador el peligroso criterio de que los gobiernos, sean del signo que sean, deben moverse dentro de límites éticos estrictos.

En definitiva, Rajoy, que ya no tiene más remedio que presentarse a su propia investidura y fracasar en ella un mal trago pero en el fondo un trampolín, se ha marcado ya varios objetivos: primero, utilizarla como un potente arranque de campaña electoral en Galicia (y en el País Vasco, aunque lógicamente con menos expectativas), de forma que la victoria gallega le permita acometer aún con más ímpetu la campaña electoral de las terceras elecciones españolas en doce meses. Y segundo, aprovecharla para desacreditar a sus adversarios Ciudadanos, causantes de que el PP esté en estado de debilidad, y PSOE, incapaz según su argumentación de anteponer el sentido del Estado a su particular interés.

La jugada es hábil, pero ha de contar con la credulidad de la gente. ¿Estará el electorado dispuesto a cargar la ingobernabilidad sobre los hombros de Ciudadanos y del PSOE? ¿Creerá el electorado que el Partido Socialista, en su actual posición, puede tener en alguna circunstancia la gentileza de aupar a Rajoy a la jefatura del Gobierno, después de cuatro años de políticas socialmente insensibles y después de una interminable historia de episodios de corrupción que arrancarán además espectacularmente en las salas de justicia este otoño? En otras palabras, ¿creerá la sociedad de este país la versión de los hechos que refiere Rajoy, quien al parecer ignora que la existencia de Ciudadanos y de Podemos no es otra cosa que la consecuencia de una desastrosa gestión de la crisis económica, de la que Rajoy deberá aceptar al menos una importante cuota parte?

Entre el 20D y el 26J, el PP subió significativamente (4,3 puntos y 14 escaños), mientras Ciudadanos y el PSOE bajaban levemente. Si Rajoy cree que esta es la tendencia, habrá terceras elecciones. Lo que ocurre es que desarrollar esta tesis es jugar con fuego, y no sólo porque las primeras encuestas posteriores al 26J no registran que progresen los vectores apuntados sino porque es fácil que el electorado detecte el tacticismo y se obstine en votar lo que ha venido votando hasta ahora. De cualquier modo, esta es la situación.

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