Acaba la era Obama, a juicio de muchos los ocho años más fecundos de los Estados Unidos de América después de la Segunda Guerra Mundial, y el balance es arduo y complejo: ha cambiado la percepción del mundo y la noción interna del estado de bienestar, y ha introducido nuevas concepciones sobre la convivencia multiétnica, sobre la hegemonía de Occidente, sobre los grandes principios que deben presidir la paz en la comunidad internacional.
Pero, además, ha fijado ciertas pautas de equidad conforme a criterios que acaba de explicar Paul Krugman en uno de sus últimos artículos: según cálculos de la Oficina Presupuestaria del Congreso norteamericano, el tipo impositivo medio del 1% más rico de la población era del 34% en 2013 (último ejercicio de que hay datos). Lo que representa una significativa subida desde el 28,2% en 2008. Ello ha sucedido gracias a que el presidente Obama dejó que expiraran las rebajas fiscales para las rentas más altas aprobadas por Bush y creó nuevos impuestos para sufragar su reforma sanitaria, que ha dado acceso a los más pobres a este derecho fundamental a la salud.
Si gana Hillary Clinton las elecciones, y según el Centro de Política Tributaria (que no tiene connotaciones partidistas) su ascenso a la presidencia supondrá una subida del 3,4% del tipo tributario medio de ese 1% más rico y del 5% del tipo que paga el 0,1% más rico. A esto se le llama socialdemocracia.
