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Joaquín Rábago

Filantrocapitalismo

Es la nueva filantropía en la era del capitalismo global. La que practican los hombres más ricos del mundo como el creador de Microsoft, Bill Gates, y su mujer, o el magnate de los negocios Warren Buffett.

Bill y Melinda Gates han creado una fundación que se dedica a diferentes actividades filantrópicas como financiar el desarrollo de vacunas para enfermedades de los países pobres, mejorar la educación en Estados Unidos o a reformar la agricultura tradicional en África.

En principio es una misión digna de elogio, pero, como denuncia la socióloga estadounidense Nicole Aschoff en un nuevo libro (1), en lugar de ir a la raíz de los problemas, en vez de eliminar la causa de tantos males como generan los mercados, ese tipo de iniciativas no hacen sino profundizar la mercantilización del mundo.

En el caso de la educación, por ejemplo, los Gates no llegan al extremo de otros capitalistas que son favorables a la total privatización del sector, pero sí, por ejemplo, favorecen la competencia entre las escuelas y la posibilidad de cerrar centros o despedir a maestros que no aprueben determinados tests.

Gates considera que se puede crear una buena escuela en un vecindario pobre y rechaza el argumento de que hay que sacar antes a la gente de la pobreza para mejorar el nivel educativo en una comunidad cuando lo cierto, según él, es lo contrario: sólo se saldrá de la pobreza si se mejora la educación.

La autora cuenta una anécdota que explica la complejidad del problema y la simpleza de los argumentos de algunos partidarios de su privatización: un importante fabricante de helados fue a dar una charla en un colegio y explicó que el secreto de su éxito era que él utilizaba siempre las mejores frutas.

Un maestro le preguntó entonces qué ocurría si le llegaban frutas de peor calidad, a lo que contestó que sencillamente las devolvía. "Pues nosotros no podemos hacer eso con los niños, que nos llegan de todo tipo: pequeños y grandes, dotados, brillantes o rebeldes o con el inglés como segunda lengua. Esto no es un negocio, es una escuela", le respondió a su vez el maestro, desmontando todos sus argumentos.

Otro de los grandes proyectos del matrimonio Gates es el conocido como AGRA (Alliance for a Green Revolution in Africa: Alianza para una Revolución Verde en África), en el que también participa la fundación Rockefeller.

Sus responsables parten de la convicción de que la pobreza endémica de África se debe en parte al fracaso de los cultivos tradicionales, por lo que animan a los agricultores locales a recurrir a semillas mucho más productivas y renunciar a los sistemas informales, basados en la práctica ya milenaria del intercambio de semillas entre los propios campesinos.

Su objetivo es crear mercados locales de los insumos agrícolas necesarios para el tipo de agricultura que propugnan, como las semillas de alto rendimiento o los pesticidas, productos todos ellos protegidos por el derecho de protección intelectual, lo cual significa ni más ni menos que los agricultores habrán que pagar cada vez por las semillas que utilicen sin poder intercambiarlas con nadie.

Todo ello se explica, dice la autora, cuando sabemos que el matrimonio Gates posee medio millón de acciones de la compañía estadounidense Monsanto, uno de los mayores productores mundiales de pesticidas, insecticidas y transgénicos.

Ese tipo de iniciativas ha suscitado fuertes protestas de organizaciones de agricultores locales, que se quejan de la poca participación de los interesados. Un miembro de la Federación de Pequeños Agricultores del África Oriental lo explicó así: "Ustedes vienen, compran la tierra, hacen un plan. Construyen la casa y luego le preguntan a uno de qué color quiere pintar la cocina".

La filantropía, explica Ashcoff, ha experimentado un fuerte auge justamente en este período de crecimiento de las desigualdades y rápida expansión de la riqueza, y es una especie de "válvula de escape, que permite al capitalismo corregir algunos de sus peores excesos" y modificar la percepción tan negativa que del mismo tiene la opinión pública.

Pero convertir algo en mercancía, aunque sea una simple vacuna, que se financia de momento para su distribución en los países pobres hasta que la población local pueda un día sufragarla de su propio bolsillo, es dejar de considerarlo un "derecho", escribe la autora.

Por otro lado, tanto ese tipo de fundaciones multimillonarias y las organizaciones no gubernamentales a las que apoyan carecen de mandato democrático, por lo que pueden dedicar su dinero al fin que les más les apetezca sin tener tampoco que responsabilizarse de eventuales consecuencias negativas de sus programas.

€"The New Prophets of Capital" (Los Nuevos Profetas del Capital). Ed. Verso. Londres.

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