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Pensiones: Otra herramienta para la manipulación

Como podrán advertir, nada que ver cuanto sigue con una habitación en cualquiera de ellas, a salvo de indiscretas miradas y donde entregarse al placer de los sentidos. Me refiero a las reiteradas noticias habidas en estos últimos tiempos sobre esos peligros que se ciernen sobre los jubilados presentes y futuros y que podrían terminar, si los gestores que finalmente nos toquen en suerte no aciertan con las soluciones, en un remedo de El coronel no tiene quien le escriba: personaje en la novela de García Márquez que llevaba quince largos años esperando, en una aldea selvática junto al río, el comunicado anunciando que finalmente cobraría su pensión tras el retiro.

Sin embargo, en este país nuestro, sin selva de por medio y donde no hay coronel alguno abandonado a su desconsolado destino, la comparación no se sostiene y tampoco es creíble pese a que las desgracias no sean siempre metafísicas, como afirmaba la poeta Poniatowska en una lejana entrevista que algún Gobierno en el porvenir (de momento bastante tienen con intentar hacerse con los sillones) pudiera plantearse unos recortes que, con independencia del atentado que representaría para la dignidad de nuestros mayores, supondrían el hito que marcaría la ignominia de los responsables y, desde un punto de vista más pragmático, el fin de sus expectativas para seguir en el momio. Asunto distinto es que sembrar la inquietud y a un tiempo enfatizar su empeño por evitar la catástrofe, esté en la base de una estrategia oportunista que pretende, fomentando el miedo al futuro, concitar una adhesión global por parte de la tercera edad, instándoles a deducir que, con la que viene cayendo, cualquier alternativa política distinta a la suya podría ser peor. En suma: pensiones y su precariedad como herramienta de manipulación del colectivo afectado, como reza el título.

Cuestionar la sostenibilidad (un término acuñado en el Club de Roma allá por 1972) y su eventual reducción, forzada por la coyuntura económica o, aunque ésta pueda mejorar, debido al progresivo envejecimiento de la población, implica lastrar a la vejez con unas expectativas de miseria que sumar, como alguien dijo, a las arrugas y carne devastada. Dejar como patrimonio un plus de inseguridad para los años restantes sería, de tratarse de una predicción sincera y plausible, tema que debería primar en la búsqueda de soluciones, pero si lleva incorporadas intenciones tácticas como parece adivinarse, es de un inaceptable sadismo incorporar, a ese vacío que dibuja el horizonte de los jubilados o en trance de serlo a medio plazo, la angustia: la amenaza de que su independencia material, caso de gozar de ella, pueda acercarse al final y, por decirlo en corto, dibujar a sabiendas el parasitismo al que se verían abocados por no disponer de recursos ya de por sí insuficientes para muchos de ellos. Una interacción social penosa y por encima de la solidaridad, en la base de nuestros principios democráticos.

Incertidumbre y depresión, homogeneizan; nada acerca tanto a los hombres como sentir parecidos miedos y, con esos mimbres, el voto de muchos millones de ciudadanos podría orientarse a conveniencia. Por eso, precisamente, para situar la problemática en sus justos términos y en pos de la libertad, individual y colectiva, se antoja pertinente señalar con firmeza lo que tiene la hipótesis de estratagema política. Dando por sentado que el futuro es, ante todo, imaginación, ¿por qué imaginar el peor escenario, más allá del inconfesable interés? Se diría, repito, que por teñir de congoja un presente que los muchos años ya se bastan para situar en el claroscuro del atardecer.

A juicio de muchos expertos, el problema tiene arreglo y en tal caso, ¿a qué preocuparse? Ocuparse sí: arbitrar los medios para que aumenten esos aproximadamente 18 millones de afiliados a la Seguridad Social y, en consecuencia, cotizantes; actuar decididamente y de una vez por todas sobre el dinero negro, eliminar instituciones superfluas por inoperantes desde el Senado a las Diputaciones, reducir los salarios de muchos cargos públicos al limite de lo que perciba el funcionario mejor pagado y, de no ser suficiente lo anterior, con aumentar alguna que otra décima los impuestos e incautarse de lo robado por tanto procesado con mando en plaza en su día, las pensiones podrán actualizarse año tras año; máxime porque, entre otras cosas, aún queda de reserva y en cartera la Iglesia: desde un concordato permanentemente por revisar, al IBI, que debiera abonarse con efecto retroactivo.

Supongo que una mayoría de ustedes estará de acuerdo en que, lo que se quiere de verdad, se puede. Aun sin Podemos de por medio, de forma que déjense los voceros de atosigar a los jubilados y a quienes confían en llegar a serlo, propiciando el temor y, como resultado, mediatizando su elección frente a las urnas: en unos meses o en cuatro años. Porque no va a ocurrir nada que les afecte al bolsillo y no hayan ya padecido. Repito que, en mi opinión, no se pretende eso sino que dirijan el voto, bajo el manto de la incertidumbre, hacia un conservador "por si acaso". Y la sola idea causa repugnancia.

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