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Eduardo Jordà

¡Indios!

Imagino que nadie se acuerda de Alberto Romea, que fue un gran secundario del cine español de los años 40 y 50. Él era, por ejemplo, el hidalgo arruinado que aparecía en Bienvenido mister Marshall. En una de las mejores escenas de la película, el hidalgo clamaba contra los americanos diciendo que todos eran unos salvajes. "¡Indios, indios! ¡Todos son indios! ¿Cómo vamos a recibir en el pueblo a unos indios?". El hidalgo tenía antepasados conquistadores o eso decía él y aseguraba que los americanos (¡los indios!) se habían comido a alguno de ellos. Si no recuerdo mal, el hidalgo salía con una armadura en otra escena de la película, y entonces aquel hombre colérico y solitario, que se pasaba la vida mirando las cosas con ojos desorbitados todo le parecía indigno, todo le parecía vergonzoso, todo le parecía poca cosa para él, parecía una especie de don Quijote, pero de un Quijote concebido por Quevedo en vez de Cervantes (pero entonces no sería don Quijote, claro está, sino otra cosa muy distinta: don Carajote de la Mancha, o algo así).

De todos modos, no hacía falta que el hidalgo saliera con una armadura porque resultaba evidente que aquel hombre vivía encerrado en su propia armadura: una armadura mental que llevaba puesta desde el mismo día que nació y de la que no iba a poder librarse jamás, hiciera lo que hiciera y dijese lo que dijese. Porque el hidalgo vivía prisionero de sí mismo: prisionero de su pasado o de lo que él creía que era su pasado, siempre idealizado y falsificado, además de prisionero de sus prejuicios inamovibles, y peor aún, prisionero del papel que se empeñaba en representar ante los demás (aunque los demás le prestasen muy poca atención): el del gran hombre siempre con armadura, siempre aferrado a sus viejas y oxidadas ideas, siempre grandilocuente, siempre colérico. "¡Indios, indios!".

Es posible que el hidalgo de Bienvenido mister Marshall nos parezca un personaje totalmente extinguido, pero no eso no es cierto. Hoy en día el hidalgo puede ser guapo y sonriente, puede ir al gimnasio y tener un estilo muy moderno, sin por ello dejar de ser un hidalgo intransigente aferrado a sus viejos y carcomidos prejuicios. Pensemos, por ejemplo, en la mala fama que tiene el verbo "transigir" entre nosotros. Y pensemos en el escasísimo prestigio o más bien la pésima reputación que tiene entre nosotros todo lo que signifique ceder o pactar con otro, y no digamos ya si ese otro es un adversario ideológico (un "indio", en la lógica del hidalgo). Por lo general, transigir o pactar se consideran actos mezquinos que ocultan una traición o bien un fraude (el interés económico, por supuesto). Quien pacta es una persona deshonesta que pretende engañar al otro o a las personas que hasta entonces habían creído en él. Y todo lo más, aceptamos pactar in extremis entre grupos distintos, pero siempre que ese pacto suponga perjudicar a otro que nos cae mucho peor: el Pacte en Balears contra el PP, por ejemplo, aunque lo mismo podría decirse, en sentido contrario, en otros lugares del país con los pactos para desalojar a la izquierda del poder. Es decir, que si se pacta, el acuerdo sólo se funda en el odio visceral hacia el otro. ¿Por qué ocurre esto? Porque en el fondo no nos hemos desprendido de la armadura del buen hidalgo que gritaba "¡Indios, indios!". Odiamos transigir y odiamos pactar. Y si lo hacemos, nuestro propósito es echar a otro, así que nuestro impulso primordial es el odio y el desprecio, nunca la voluntad política de emprender un programa de gobierno basado en el acuerdo. Y eso ocurre, repito, tanto a derecha como a izquierda.

Desde que empezó la crisis y la crisis empezó hace ya nueve largos años, una sociedad que no estuviera controlada por los hidalgos y sus armaduras ideológicas ya habría sabido encontrar una fórmula de acuerdo basada en un programa de mínimos contra los efectos más perniciosos de lo que hemos vivido en estos años. Pero ha sucedido todo lo contrario. Todos PP, PSOE, Podemos, Ciudadanos, independentistas se han pasado la vida gritando "Indios, indios" cada vez que se nombraba a alguno de los demás. Todos han querido dejar muy claro que llevaban bien puesta la armadura. Hubo un intento de PSOE y Ciudadanos que fracasó, y ahora hay otro entre PP y Ciudadanos que tampoco sabemos si saldrá adelante porque nuestros apolillados hidalgos seguirán gritando "¡Indios, indios!".

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