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Llorenç Riera

Entre el colapso y el turismo sostenible

Es muy probable que, desde el punto de vista técnico, no exista colapso de turistas, como indica el vicepresidente Barceló, pero, a pie de calle, se percibe ya, sin duda alguna, una sensación muy diferente. Sea por intuición o constatación de quien conoce y reside sobre el terreno insular limitado o por las informaciones que se van conociendo, el agobio es real en forma de atasco en cualquier carretera, acaparación de mesas en terrazas o agua potable que fluye del grifo con interrupciones y excesos de nitratos.

De todos formas, algo de ello se debe haber filtrado en los despachos oficiales y en las analíticas de los sectores vinculados o dependientes del turismo, desde el momento en que Govern, patronal y sindicatos se confabulan para emprender una campaña de signo oficial para que la población autóctona o residente no la emprenda contra los inconvenientes de la saturación de visitantes. Se ha dicho claro: el objetivo es salvaguardar la receptividad con el turista. Habrá consenso también en admitir que el desequilibrio de esta correlación sería letal para todos. En lo humano y en lo económico. La coyuntura de este verano es especialmente delicada porque Mallorca se beneficia de una enorme fluidez de estancias vacacionales, abocada por inestabilidades ajenas, que a su vez, en lo práctico y cotidiano, dificulta el devenir de los residentes.

¿Cómo se administra esto? Ahí está el reto, la necesidad de plantear con seriedad y profundidad, la verdadera capacidad de acogida turística de este archipiélago. No se puede seguir entregado al aprovechamiento de la ocasión inmediato y a la espera de acontecimientos y la improvisación futura. Un turista que topa con la saturación recibe, antes que cualquier otra cosa, una invitación clara para no volver al mismo lugar.

El vicepresidente y conseller de Turismo, Biel Barceló, se afana en transmitir la idea de que "no se está en situación de colapso", porque "las infraestructuras aguantan bien". Si, pero están al límite, habría que añadir por mucho que se pregone la conjunción de los recursos privados y los públicos.

En cualquier caso habrá que admitir una serie de contradicciones en el diagnóstico oficial de la situación desde el momento en que se afirma por igual que "la temporada de verano no da para más" y que hay que buscar nuevas formas de actuación de cara al turismo de invierno o productos alternativos que incidan sobre el hecho diferencial. La imprescindible regulación del alquiler vacacional, en todos sus aspectos, no es lo único que permanece pendiente. La conclusión es que quedan muchas cosas por hacer y algunas de ellas, resultantes del agobio que no se reconoce, deben afrontarse con premura para que la realidad actual no se vuelva contra los propios intereses turísticos de Balears. Se requerirá, en todo caso, la complicidad de todos los afectados.

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