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Antonio Papell

La investidura tardía de Rajoy

La negativa de Ciudadanos a votar afirmativamente a Rajoy no es idéntica a la del PSOE. Podría decirse que aquella es sobre todo coyuntural -se debe al hecho de que el partido de Rivera ha centrado su discurso en la regeneración democrática-, en tanto la de los socialistas es estructural: la formación de Pedro Sánchez cree que los valores de la socialdemocracia y los del conservadurismo son antitéticos, de forma que le corresponde actuar como principal oposición al PP, distinguiéndose con claridad del populismo. Esta distinción no justificaría por sí sola comportamientos divergentes, pero sí puede explicar que Ciudadanos se vea finalmente más presionado en pro de un entendimiento que tiene lógica ideológica, siempre que consiga suficientes contrapartidas que le permitan salvar la cara.

El referido carácter estructural hará, probablemente, que la inflexibilidad del PSOE no ceda, y en esta actitud Sánchez estará acompañado muy mayoritariamente por las bases de su partido, aunque ciertos barones sugieran la tesis de dejar gobernar a Rajoy. En cualquier caso, la persistencia en la negativa es un dato objetivo que no variará por ahora, de modo que Rajoy se verá obligado a explorar otros territorios.

Y esos territorios son inevitablemente los autonómicos, en los que el PP tiene de momento difícil entrada, pero en política nada es imposible, y menos en aquellos parajes en que interviene el relativismo nacionalista. Así lo acaba de sugerir el sociólogo José Antonio Gómez Yáñez en un resonante artículo. Conviene recordar que en 1996, Jordi Pujol y José María Aznar pactaban solemnemente en dos meses un gobierno sólido tras una campaña electoral en que las bases del PP insultaban sistemáticamente en los mítines al entonces presidente de Cataluña.

Para plantear el apoyo al PP del nacionalismo vasco es preciso esperar a las elecciones del 25 de septiembre. De momento, el PNV ya ha manifestado que no está por la labor de apoyar al PP y que más bien se inclina por participar en un ejecutivo encabezado por Pedro Sánchez; es lógico que Urkullu se pronuncie de esta forma ya que en Euskadi gobierna con el PSE -y lo hace también en diputaciones y ayuntamientos-; sin embargo, tras la entrada de Podemos en la arena política (que ganó las elecciones generales en el País Vasco), y aunque es prácticamente seguro que en las autonómicas la victoria será para el PNV, es posible que PNV y PSE formen una mayoría capaz de imponerse a la formada por Podemos y Bildu. Si el pacto de los nacionalistas con los socialistas no es suficiente, Urkullu podría intentar una aproximación a Podemos -en Navarra, Geroa Bai gobierna con el apoyo de Podemos- o al Partido Popular, que respaldaría encantado la alianza PNV-PSE con tal de evitar el gobierno Podemos-Bildu? Y que tendría la ocasión de pedir a Urkullu los votos para la investidura de Rajoy.

Con los 32 escaños de Ciudadanos, los cinco del PNV y el Coalición Canaria, Rajoy dispondría de 175 escaños. Y es legítimo hacer cábalas sobre la posibilidad o no de que pudiera conseguir el apoyo total o parcial del desconcertante y desconcertado grupo de la antigua CDC, actualmente Partido Democrático de Cataluña, ocho diputados, exactamente la mitad que los que consiguió en 2011. La situación del viejo catalanismo embarcado en la extraña alianza Junts pel Sí con ERC y en manos de la CUP es patética, por lo que no puede descartarse que una fracción reaccione contra la deriva emprendida, que intenta arrojar a Cataluña extramuros del régimen constitucional y vuelva la mirada al Estado. La investidura de Rajoy podría ser buen momento para una caída así del caballo.

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